En la vida de muchas personas se dan situaciones conflictivas cuyo origen parece inexplicable. Sin que haya ningún motivo conocido, se nos aparecen personas que no nos quieren y que lo manifiestan activamente. Hasta los más simpáticos y bonachones descubren que hay quienes los aborrecen. Es como si la letra de la popular canción mexicana, “no soy monedita de oro pa’ caerle bien a todos”, tuviera una máxima vigencia.
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Este 5 de julio de 2019, cumpliré 77 años de edad, de los cuales 45 los he vivido en Costa Rica. Me siento muy contento por la familia que formamos junto con mi esposa, Marie Jeanne, y soy afortunado de poder disfrutar de ser abuelo de cinco nietos. Igualmente, y al cumplir años, me vienen a la memoria tantos importantes recuerdos y anécdotas de experiencias de vida tanto familiares como de trabajo y sociales. Hubo muchas razones para que llegáramos a Costa Rica, en marzo del año 1974, pero en estas líneas quisiera destacar una de las razones por las que nos quedamos: El afecto de los ticos.
Cuando llegué a Costa Rica, en el mes de marzo de 1974, el Capitán Otto Escalante era ya una de las figuras más prominentes y respetadas del país. Había tenido una participación muy decisiva en la guerra civil de 1948 y llevaba más de 20 años dirigiendo LACSA, la línea aérea de bandera nacional, donde fue Gerente General y Presidente Ejecutivo. Ese mismo año, un mes después, tuve la suerte de coincidir con él en la inauguración del primer hotel moderno de playa que hubo en Guanacaste, el “Tamarindo Diría”, construido por don Luis Medaglia y por los hermanos Alfaro. La relación con él se mantuvo gracias a mi trabajo en el Instituto Costarricense de Turismo (ICT).