En la vida de muchas personas se dan situaciones conflictivas cuyo origen parece inexplicable. Sin que haya ningún motivo conocido, se nos aparecen personas que no nos quieren y que lo manifiestan activamente. Hasta los más simpáticos y bonachones descubren que hay quienes los aborrecen. Es como si la letra de la popular canción mexicana, “no soy monedita de oro pa’ caerle bien a todos”, tuviera una máxima vigencia.
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“Volver / con la frente marchita / las nieves del tiempo / platearon mi sien”, cantó Carlos Gardel en uno de los tangos más hermosos de su repertorio. Justamente, hoy, como en la canción, siento que 40 años no es nada pues este pasado marzo cumplí 40 años desde que con mi esposa llegamos a Costa Rica. Veníamos como exiliados por el Golpe Militar ocurrido en Chile un año antes, con el corazón y la mente lleno de sentimientos encontrados. Por una parte, temores derivados del trauma político sufrido y, por otra, con inquietudes por enfrentarnos a una nueva vida en un país del que conocíamos muy poco. Antes de salir de nuestra Patria, habíamos valorado la posibilidad de irnos a España, donde me ofrecían un trabajo en el Instituto Español de Estudios Turísticos, pero al final prevaleció la opción de Costa Rica.
Cuando llegué a Costa Rica, en el mes de marzo de 1974, el Capitán Otto Escalante era ya una de las figuras más prominentes y respetadas del país. Había tenido una participación muy decisiva en la guerra civil de 1948 y llevaba más de 20 años dirigiendo LACSA, la línea aérea de bandera nacional, donde fue Gerente General y Presidente Ejecutivo. Ese mismo año, un mes después, tuve la suerte de coincidir con él en la inauguración del primer hotel moderno de playa que hubo en Guanacaste, el “Tamarindo Diría”, construido por don Luis Medaglia y por los hermanos Alfaro. La relación con él se mantuvo gracias a mi trabajo en el Instituto Costarricense de Turismo (ICT).