Algunas de las experiencias más curiosas en mi vida se han dado debido al acento o entonación que tengo al hablar. Cualquier persona que me escucha, se da cuenta de inmediato que soy chileno. No obstante, con mis 79 años, resulta que he vivido más de la mitad de ellos en Costa Rica (donde llegué por primera vez hace 47 años). Me parece que soy un caso raro, ya que muchos amigos con experiencias parecidas a la mía asimilaron rápidamente el acento o la forma de hablar el idioma español de sus patrias adoptivas. Incluso, mi propia esposa, Marie Jeanne Oliger Salvatierra (1951-2003), fue un buen ejemplo de ello, ya que, al poco tiempo de llegar a Costa Rica, hablaba como “tica”. Más de una persona le preguntaba extrañado porqué y cómo se había enamorado y casado con un chileno.
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“Volver / con la frente marchita / las nieves del tiempo / platearon mi sien”, cantó Carlos Gardel en uno de los tangos más hermosos de su repertorio. Justamente, hoy, como en la canción, siento que 40 años no es nada pues este pasado marzo cumplí 40 años desde que con mi esposa llegamos a Costa Rica. Veníamos como exiliados por el Golpe Militar ocurrido en Chile un año antes, con el corazón y la mente lleno de sentimientos encontrados. Por una parte, temores derivados del trauma político sufrido y, por otra, con inquietudes por enfrentarnos a una nueva vida en un país del que conocíamos muy poco. Antes de salir de nuestra Patria, habíamos valorado la posibilidad de irnos a España, donde me ofrecían un trabajo en el Instituto Español de Estudios Turísticos, pero al final prevaleció la opción de Costa Rica.
La invasión de artesanías falsificadas provenientes de algunos países asiáticos, fabricadas con procesos industriales, es la más grave amenaza que angustia a los artesanos de los países Latinoamericanos. En esta parte del continente se estima en 25 millones la cantidad de artesanos, de los cuales un porcentaje alto son indígenas y campesinos. El problema adquiere mayor dramatismo si se considera que estos creadores están ubicados en los segmentos de la población con más dificultades económicas.
Por ejemplo, un estudio efectuado en Colombia hace pocos años, reveló que en varios países de Sudamérica los artesanos habían perdido casi el 30% de sus ingresos como consecuencia de la invasión de artesanías falsificadas. En el país vecino, Panamá, el gobierno debió tomar fuertes medidas para detener la importación de falsificaciones de su artesanía más emblemática: Las “molas kunas” que es un producto de arte textil tradicional de la etnia Kuna de ese país. Este hecho amenazaba la supervivencia económica de sus autores legítimos, los habitantes de las Islas de San Blas.
El 17 de diciembre del año 2008, ya tiene un lugar destacado en la historia de la industria turística costarricense: es el día en que se rompió la barrera de los dos millones de turistas llegados al país en un solo año. Pareciera fácil, pero para lograrlo se requirió un esfuerzo nacional muy importante en el que durante años el sector privado turístico y el gobierno, por medio del ICT, ahora ministerio de Turismo, han trabajado arduamente. Hace poco más de dos décadas, se requerían casi diez años acumulados para llegar a esa cifra que ahora hemos alcanzado en tan solo 11 meses y 17 días.