El personaje al que me referiré, recuerdo lo pude conocer, gracias a la recomendación que me hicieron dos amigos, don Fernando Sahli Natermann, presidente de la Asociación Chilena de Empresas Hoteleras de Chile y director gerente del Hotel Crillon de Santiago, y Patricio Balmaceda Ureta, uno de mis principales colaboradores en el sector turismo de Chile. En el mes de marzo del año 1971, yo había recibido una invitación del gobierno de España para participar en un Encuentro Internacional de directores y ministros de Turismo de Hispanoamérica. Tanto Fernando como Patricio me aconsejaron, muy insistentemente, que cuando estuviera en Madrid, me reuniera con el señor Manuel María Uribe, un hotelero chileno que había tenido mucho éxito y quien, además, me podría aportar una valiosa asesoría.
De Los Andes a Madrid
Don Manuel María había nacido, a inicios del siglo 20, en la pequeña ciudad de Los Andes, ubicada en la principal e histórica ruta cordillerana que une a Chile con Argentina. Su padre, fallecido en el año 1930, era un pequeño y respetado comerciante, con una tienda llamada La Barandica. Manuel María hizo todos sus estudios en Chile y en el año 1947 viajó a España buscando nuevos horizontes de vida. Era una época muy compleja, recién había concluido la Segunda Guerra Mundial, la pobreza y destrucción asolaban todo el continente europeo.
En este tiempo, España aún no se reponía de su larga y sangrienta guerra civil. La dictadura del general Franco era vista con poca simpatía en Estados Unidos y no recibió el importante apoyo del plan Marshall. Además, desde fines del siglo 19, los jóvenes españoles más audaces, emigraban masivamente hacia Hispanoamérica buscando mejores oportunidades de bienestar, su sueño americano.
Ese contexto económico social, Manuel María no lo vio como un obstáculo, sino que se le presentó como una magnífica oportunidad. Al revés de los jóvenes españoles que salían de su país, a buscar sus sueños en Latinoamérica, él se propuso emplear su notable inteligencia y energía en conquistar España.
Al poco tiempo de llegar, entró a trabajar en una Agencia de Viajes y Turismo, de don José Meliá, empresario mallorquín que en esos años estaba creando la que, algún tiempo después, sería una de las mayores empresas de su rubro, incluyendo una cadena de grandes y lujosos hoteles. Manuel María llamó la atención de don José Meliá, por su inteligencia y dinámica personalidad, convirtiéndolo en su colaborador de mayor confianza y socio director en sus empresas.
Gracias a ello, el joven chileno fue testigo y protagonista del auge de Meliá y, al mismo tiempo, del llamado milagro turístico español, del período 1955 en adelante. A fines de los años 50, las economías de los países europeos estaban en franca recuperación y sus habitantes convirtieron a España en su destino preferido para vacacionar por su esplendoroso sol veraniego, playas maravillosas, diversión y precios baratos para cualquier bolsillo europeo.
Las estadísticas reflejaban elocuentemente ese fenómeno. De 4.2 millones de turistas extranjeros llegados a España, en el año 1959, seis años después, en 1965, la cifra se había triplicado, llegando a casi 14.5 millones. Algo tan notable no se ha repetido posteriormente, ya que solo 50 años después, en la segunda década del siglo 21, la cifra se triplicó nuevamente.
Manuel aprendió mucho y rápidamente de ese contexto, y aunque había alcanzado una posición prominente en la Organización Meliá, decidió independizarse y crear su propia organización empresarial, que fue la cadena hotelera Inter Hotel, la que poseía entre sus hoteles, los lujosos Luz Palacio de Madrid y de Sevilla. Además, contaba con 9 hoteles más, con un total de dos mil camas y 1700 empleados. Su personalidad y liderazgo le granjearon el aprecio de sus colegas hoteleros españoles, que lo eligieron presidente del gremio.
Igualmente, el gobierno español, por medio de su ministro de Información y Turismo, don Manuel Fraga Iribarne, reconoció su gran aporte con el Premio Medalla de Plata al Mérito Turístico, en el año 1965.
Mi experiencia con Manuel María Uribe
Al llegar al Hotel Luz Palacio de Madrid, el más moderno de la ciudad en ese momento, me encontré con la sorpresa de que me estaba esperando, un caballero extremadamente atento y de una apariencia que podría corresponder a la generación de mi padre.
Era nada menos que el director general y dueño de esos hoteles, don Manuel María Uribe. Yo era un joven provinciano chileno de solo 28 años de edad y me sentí muy impresionado por su afectuosa hospitalidad. Las impresiones se repitieron cuando me acompañó a la suntuosa Suite que me había asignado, y luego cuando me llevó a conocer los principales salones del hotel. La mayor sorpresa fue ver que el gran Salón de Eventos y Conferencias se llamaba Salón Chile, artísticamente adornado con objetos y motivos del país.
Durante la semana que permanecí en Madrid, participando en el Encuentro Internacional, como en reuniones bilaterales con representantes del gobierno español, el aprovechaba para acompañarme en los espacios disponibles como desayunos y cenas, para hablarme de sus experiencias y transmitirme sus consejos.
A pesar de los años que tenía trabajando y destacando en España, su amor por Chile no solo no había disminuido, sino que había crecido enormemente. Pensaba que Chile tenía un potencial de desarrollo turístico, pero se lamentaba de la falta de visión de sus gobernantes para impulsar políticas exitosas.
Me contó también que había viajado varias veces a Chile a reunirse con ministros, directores nacionales de turismo y empresarios, pero que creía que sus recomendaciones no habían sido debidamente atendidas. Debido a ello, había escrito en el año 1965, un libro titulado “CHILE EL TURISMO Y SU IMPORTANCIA”, impreso en septiembre de 1969, del que me obsequió uno de sus primeros ejemplares.
El libro es un muy buen relato y testimonio de la situación del Turismo en España y en Chile, en las décadas de los años 50 y 60 del siglo pasado. No incluye hechos anteriores muy relevantes como los ocurridos durante el primer gobierno del presidente Ibáñez (1927-1931) cuando se convirtió a Viña del Mar en el primer polo de desarrollo turístico del país, con la creación del Casino, ni la construcción del Palacio Presidencial del Cerro Castillo, los Hoteles O´Higgins y Miramar, el Teatro Municipal, entre otras obras. Tampoco incluye la creación de los Consejos Regionales de Desarrollo Turístico, al final del gobierno del presidente Eduardo Frei Montalva (1964-1970) cuya implementación se hizo en el del presidente Salvador Allende (1970-1973.
Debo reconocer que estas conversaciones, así como la lectura de su libro, me resultaron muy útiles, tanto respecto de las responsabilidades que yo tenía en Chile en esos años, sino que también en las que tuve posteriormente en el gobierno de Costa Rica, entre los años 1974 a 1989. Gracias a ello, también, pude obtener el máximo beneficio de parte de las autoridades españolas en cooperación técnica bilateral.
Durante muchos años recibí la amistad y apoyo de notables figuras del milagro turístico español, como Francisco “Paco” Menor Monasterio, que había sido el hombre de confianza más directo del ministro Fraga Iribarne, de don José Ignacio de Arrillaga, jurista y autor de gran parte de la legislación turística española, de Jaime de Segarra, el creativo Director de Promoción Turística del país, de los maestros Evaristo Escorihuela y Luis Fernández Fuster, profesores y autores de los principales textos de enseñanza turística, de Jesús Felipe Gallegos, entonces primer Director General de la Red de Paradores de España, de Jesús Vasallo, periodista prestigiado y fundador de la Federación Internacional de Periodistas y escritores de Turismo. Casi todos ellos eran personas mucho mayores, por lo que lamentablemente han fallecido. Los únicos que sobreviven que eran cercanos a mi generación son Paco Menor y Jesús Felipe. De todos los mencionados, tengo un recuerdo y un profundo agradecimiento, partiendo por el principal protagonista de este artículo.
Moraleja
Aunque este relato no es una fábula, creo que pueden extraerse algunas moralejas que me parecen importantes. Una de ellas es que siempre es bueno escuchar consejos de parte de personas mayores, con más años de experiencia que uno y sobre todo si son desinteresados e inspirados en un interés superior y en la amistad.
En la actualidad, da tristeza ver como algunos jóvenes políticos o empresarios, demasiado soberbios, no toman en cuenta el aporte y opiniones de los mayores. El resultado a corto plazo genera falsos éxitos que a mediano y largo plazo se transforman en fracasos. Hay estudios que indican que, en las empresas familiares, después de la segunda o tercera generación, los herederos han perdido la propiedad o la empresa ha quebrado, lo que puede estar directamente relacionado por no seguir los consejos y estilos gerenciales de sus fundadores.
Otra moraleja, enseña que los emigrantes, aunque abandonan sus países de origen, obligados por diversas circunstancias, en la mayoría de los casos son ciudadanos ejemplares y la mejor demostración de ello se da con los países más abiertos del mundo como Estados Unidos, Canadá, Australia y en los años recientes Alemania, que no serían lo que son, sin el gigantesco aporte de sus inmigrantes. Las malas políticas migratorias, o la ausencia de ellas en la mayoría de los casos, han provocado un caos que aún no se enfrenta adecuadamente en varias regiones del mundo.
Raul Squadritto
Interesantes vivencias y experiencias que acumulaste en el exterior. Un abrazo
Carlos Lizama
Muchas gracias querido amigo. Carlos
Raquel Castro-Musmanni
Excelentes anecdota y moralejas, don Carlos. Tiene toda la razón, debemos escuchar y aprender de la experiencia de los mayores. Y tener políticas migratorias serias, que nos beneficien con lo que los buenos migrantes pueden aportar.