El pasaporte es unos de los documentos esenciales del turismo. Para los que hemos trabajado en este sector, ha sido un instrumento habitual de trabajo. Son abundantes las experiencias anecdóticas relacionadas con pasaportes. Una gran cantidad de viajes de nuestros clientes, o de nosotros mismos, se han malogrado por culpa de un pasaporte olvidado, perdido, robado, o, simplemente, expirado en su vigencia.

En sus orígenes, los pasaportes fueron cartas, que los príncipes y gobernantes de Asia y Medio Oriente, daban a los comerciantes que se aventuraban en viajes a lujares lejanos, con la finalidad de protegerlos. En la actualidad, son documentos de identidad internacionales amparados en Leyes y Tratados que los regulan.

En el S.XX, con las guerras mundiales, las migraciones y otros hechos dramáticos, los pasaportes adquirieron un gran valor, siendo muchas veces fundamentales para salvar la vida de centenares de miles de seres humanos.

Antanas Liutkus (1906-1970) fue un diplomático y pintor lituano. Nació en el pueblito de Leckava, cerca de la frontera con Letonia, y falleció en París. Fue un luchador incansable por la independencia de su país y por estrechar los lazos culturales y políticos entre Francia y Lituania.

Una simpática e interesante historia relacionada con pasaportes me la contó mi amigo Perkunas “Una” Liutkus, quien es de origen lituano y dirigía una importante empresa turística en Francia. Nos conocimos justamente organizando viajes de jóvenes e intelectuales de allá hacia Chile, a inicios de los años 70.

De acuerdo con Una, su padre, Antanas Liutkus, fue el último cónsul de Lituania en Paris, previo al trágico período de la II Guerra Mundial. La Unión Soviética ocupó el país y el diplomático quedaría en el limbo, teniendo que abandonar Paris y trasladándose con su familia a la región de Niza.

La República de Lituania ha tenido una historia compleja. En el período de la I y II Guerra Mundial fue disputada por rusos y alemanes. Lograron vivir frágilmente como nación independiente durante la etapa entre guerras, es decir, alrededor de 20 años. En el marco de la II Guerra Mundial, pasarían primero a manos de los rusos con los acuerdos germano-soviéticos, luego los Nazis los ocuparían en la Operación Barbarroja, y, al final de la guerra, nuevamente volverían a la influencia soviética, perdiendo así su independencia hasta después de la Caída del Muro de Berlín en 1991.

Lo curioso y digno de admiración, fue que Francia asumió la protección diplomática de su padre y madre y les aceptó utilizar sus antiguos pasaportes. Básicamente, quedarían como diplomáticos, pero de un estado inexistente.

La madre de Una, María Liutkus, una dama muy amable y distinguida, tenía un pasaporte francés otorgado por el gobierno, pero prefería utilizar su pasaporte lituano, lo que generaba sorpresa en los oficiales de migración cada vez que visitaba un nuevo país. Ella, con paciencia y humor, les explicaba porque el pasaporte era válido para Francia y así lograba continuar a su destino. Siempre he recordado esta anécdota suya, como un hermoso ejemplo de orgullo y amor por su patria de origen y también, igualmente, por la solidaridad de Francia. 

Pasaportes y documentos diplomáticos de la familia Liutkus. Ante la incertidumbre de la guerra, se puede leer, curiosamente, en la renovación hecha en Paris en 1940, que se estableció una validez sin límites para los documentos. Las visas muestran la aceptación que daba Francia, mientras que para Italia eran documentos caducados.
Año 2006. Perkunas “Una” Liutkus en una exposición retrospectiva de pinturas de su padre Antanas Liutkus (1906-1970) y su tío Juozas Liutkus (1908-1993) en el Museo Mažeikiai en Lituania. Foto de Sigitas Strazdauskaz, tomada del periódico lituano Santarve.

Una tuvo una muy exitosa carrera en el mundo del turismo y pudo brindarle a sus padres viajes a los mejores destinos turísticos. Tuvo la dicha de estar rodeado en su vida de artistas e intelectuales lituanos, que llegaban a visitar a sus padres en Paris y en la Riviera Francesa. Poetas, filósofos, pintores, diplomáticos, fueron sus maestros. Al igual que su padre, el ha sido un importante embajador y activista para la comunidad lituana en Francia, organizando y coordinando todo tipo de eventos e iniciativas.

Otra historia graciosa, es la de mi apreciado amigo, Jaime Puccio, quien fue médico odontólogo del ejército chileno, con el grado de Mayor. Para el Golpe de Estado del año 1973, se desempeñaba en el Palacio Presidencial de La Moneda, en Santiago de Chile. Al día siguiente del Golpe, fue tomado prisionero, y, posteriormente, enviado al exilio. Debido a sus conocimientos en Salud Pública, trabajó por varios años como consultor en esa materia en varios países. Nos reencontramos en Costa Rica, el, como asesor internacional de la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS), y yo, en el Instituto Costarricense de Turismo (ICT).

Conversando en San José en la época, me comentó que los pasaportes chilenos tenían muchas restricciones, ya que varios países habían roto relaciones con el país y otros exigían visas difíciles de obtener. Para él, como asesor internacional, esa situación lo perjudicaba bastante y era un motivo de preocupación.

Fue así, como estando en un restaurante de comida árabe, vio que la carta tenía un diseño parecido en su portada y contenido a un pasaporte. Entonces, decidió llevarse un ejemplar de ese menú de exquisiteces gastronómicas, y, en su domicilio, lo recortó y transformó en un formato de pasaporte, poniéndole su fotografía en la primera página.

Lo utilizó varias veces en viajes por países europeos, sin que las autoridades migratorias se dieran cuenta. El documento, que ellos creían un pasaporte, era en realidad una lista de comidas. La suerte le duró, hasta que haciendo fila en un puesto migratorio, había justo un árabe detrás suyo, que lo denunció. Cuando los oficiales migratorios comprobaron que Jaime había viajado por varios países con ese “pasaporte gastronómico”, en lugar de enojarse, encontraron muy divertido el ingenio del chileno.

En esa época, no había ni internet ni nada parecido, pero esta anécdota se hizo viral “de boca en boca” y en adelante los policías migratorios empezaron a revisar con más cuidado los pasaportes de países “exóticos” en sus idiomas o alfabetos.

Otra anécdota interesante y humanitaria se dio en el año 1987. Tuvo que ver con un niño de cuatro años, cuya familia corría peligro en Chile, debido a la dictadura. Siguiendo su tradición solidaria, el gobierno de Costa Rica junto a ACNUR actuaron de inmediato. Se ordenó al cónsul en Santiago emitirle al infante un pasaporte, que lo identificaba como costarricense de nacimiento y que le permitió viajar hacia el país centroamericano, donde tenía familia y amigos exiliados. Por dicha, sus padres lograron sortear el peligro y toda la familia se reunificó felizmente.

El Dr. Nicolás Ortega Ríos dando una entrevista, explicando su labor con la Cruz Roja en la atención de los heridos, durante una de las protestas de los últimos meses, en el estallido social en Chile.

En esa época, no había vuelos directos entre Chile y Costa Rica, por lo que su viaje fue primero a Miami, y, después de varias horas de espera, continuó en la aerolínea costarricense LACSA. De acuerdo con él, un recuerdo imborrable de aquel viaje, fue que las funcionarias de LACSA en el aeropuerto y luego la tripulación tica en el vuelo, lo tomaron bajo su protección. Le compraron juguetes y lo atendieron como a un personaje de primera clase hasta su llegada a San José.

En la actualidad, ese niño que creció y se educó en Costa Rica y Cuba y es muy amigo de nuestra familia, es el Dr. Nicolás Ortega Ríos, un médico que ejerce su profesión con mucho sentido solidario y compromiso en Santiago de Chile.

En un recuerdo personal sobre pasaportes, en el año 1992, el haber olvidado mi pasaporte me resultó favorable. En aquella época, me desempeñaba como Vicepresidente Comercial de LACSA y debía viajar a Miami a una importante reunión con los ejecutivos de una aerolínea ecuatoriana, para negociar un posible acuerdo de cooperación.

Justo llegando al Aeropuerto Juan Santamaría, me doy cuenta preocupado de que había dejado mi pasaporte en la casa y que ya era muy tarde para regresar a buscarlo. No obstante, mi compañero de viaje, Raúl Campos, quien era el Gerente de Tráfico de la empresa y una persona muy versada en ese tipo de acuerdos, me dijo que no me preocupara y que él podía asistir solo a la reunión y excusar mi ausencia.

En eso quedamos, y en horas de la noche, supimos que lamentablemente un feroz huracán había llegado al sur de la Florida. El Huracán Andrews causó enormes daños y provocó muchas perdidas materiales y de vidas humanas. El Aeropuerto de Miami sufrió severos daños y todos los vuelos se suspendieron por muchos días. Raúl, que tuvo la “mala suerte” de no haber olvidado su pasaporte, le tocó vivir unos días complicados, sin poder salir del hotel, sin energía eléctrica, sin agua potable, con escasez de alimentos y en condiciones muy precarias.

Como pueden darse cuenta, detrás de los pasaportes muchas veces existen diversas y entretenidas historias. Me viene a la mente aquella divertida película llamada “La Terminal” de Tom Hanks. Probablemente, muchos hemos sido alguna vez, Viktor Navorski, un ciudadano que termina confinado en un aeropuerto internacional por la invalidez de su pasaporte. Su experiencia dramática se transforma en simpáticas y únicas vivencias con personas que quizás nunca hubiera conocido y que al final lo marcan para siempre.