Dicen los médicos que un factor importante en la curación de una enfermedad es que el paciente tenga un estado de ánimo positivo; que piense que se va curar y que siga los tratamientos y recomendaciones con optimismo. Por el contrario, al enfermo pesimista, es posible que los achaques se le agraven; de hecho, hay factores psicosomáticos, es decir, situaciones psicológicas negativas que contribuyen a crear o aumentar los efectos adversos de una enfermedad física.

Lo mismo ocurre en el cuerpo social: en los países, las empresas e incluso en las familias. Por muy grave que sea la crisis que se esté viviendo, la solución es más viable si en ese grupo social predominan los sentimientos positivos. Al respecto, recuerdo una experiencia que pude apreciar hace unos 20 años estando en Argentina, en una misión como Consultor de la OEA: por aquellos mismos días, visitaba ese país, la ministra de Asuntos Exteriores de Italia, la Condesa Agnelli, y su presencia era la noticia más importante del momento, dada la enorme afinidad cultural e histórica que une a Italia y Argentina.

En una entrevista que le hicieron en un importante medio bonaerense, el periodista le preguntaba a la ministra, cómo es que se había producido el milagro económico italiano, cómo es que un país que había salido tan golpeado de la Segunda Guerra Mundial, con altísimos índices de pobreza y su autoestima tan afectada, se había convertido, 20 años después, a inicios de la década de 1980, en el país europeo con los mejores índices de crecimiento y modernización de su economía.

La Condesa respondió con palabras muy sencillas, que en mi recuerdo fueron las siguientes: “Mire usted, efectivamente, en los años de la postguerra los italianos teníamos nuestra autoestima por el suelo y creíamos que no éramos capaces de salir de la grave situación que vivíamos. Sin embargo, tuvimos un primer ministro que empezó a recorrer el país diciéndonos que los italianos eran los mejores ciudadanos de Europa, que éramos los más inteligentes, los más cultos, los más trabajadores y tantas veces lo repitió, que terminamos creyéndole, y efectivamente, nos pusimos a trabajar duramente, poniendo toda nuestra inteligencia y voluntad en sacar adelante al país y a nuestras empresas… y lo logramos”.

La actual crisis económica mundial afecta a todos los países, con mayor o menor intensidad, dependiendo de sus riesgos y vulnerabilidades reales. Sin embargo, parte de la solución tiene que ver con la visión de futuro que tengan sus gobernantes, sus líderes empresariales y su población en general. Quienes la enfrenten simultáneamente con visión de corto y largo plazo, con sentido de sostenibilidad, con respuestas creativas y audaces, tienen mejores posibilidades de éxito. Los que solo se sienten a lamentarse, añorar el pasado y echarles la culpa a otros adoptando estrategias defensivas y quienes solo piensen en recortar costos o despedir empleados y no busquen al mismo tiempo nuevas oportunidades, van a tener que recorrer un camino mucho más doloroso.

Costa Rica tiene, en este aspecto, una base de partida muy positiva: Somos, según un Estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), publicado hace pocos días, el país cuya población tiene las más altas percepciones de felicidad del continente. Lo importante es que los liderazgos del país tengan también un espíritu optimista semejante, que nos haga, no solo sobrellevar los factores negativos de ella, sino también, saber identificar y explotar todas las oportunidades que se presenten y derribar las barreras que se interponen en este camino.