Una de las más curiosas anécdotas de mi vida la tuve en el año 1972, con motivo de la celebración en Valparaíso, del cumpleaños de la Reina Isabel II de Inglaterra. La ciudad porteña, aunque nació en la época de la conquista española, solo empezó a desarrollarse fuertemente como gran puerto principal, desde los inicios de la Independencia de Chile.
En ese período, hubo una muy numerosa inmigración de súbditos del Imperio Británico: escoceses, ingleses y mayormente irlandeses. La mayoría eran soldados, marinos y sobre todo comerciantes. A estos inmigrantes les llamaba la atención, que el gobernante de Chile, don Bernardo O’Higgins fuese de ascendencia irlandesa y educado en Londres, igual que muchos de sus principales colaboradores, como el Almirante de la Marina de Guerra, Thomas Cochrane, de origen escoces.
Desde esa época, la ciudad adoptó un estilo británico, muy característico, del que aún quedan vestigios históricos. Muchas grandes compañías navieras inglesas tenían sus segundas sedes en Valparaíso y algunas nacieron allí, ya que, hasta la construcción del Canal de Panamá, Valparaíso era el puerto más utilizado por las empresas británicas para el desarrollo de su comercio internacional con los países del Pacífico.
Por eso, la ciudad ostenta un gran monumento llamado el “Arco Británico”, todo de mármol, que simboliza la unión histórica de Valparaíso con sus raíces británicas. Por ello, el Consulado del Reino Unido en Valparaíso era el principal y la celebración del cumpleaños de la Reina, el evento social más tradicional en la ciudad.
En el año 1972, a inicios del mes de junio, visite en Valparaíso al alcalde la ciudad, don Sergio Vuskovic, con quien me unía una gran amistad, para ver las obras finales del Museo de Bellas Artes. Este había sido uno de los proyectos, de embellecimiento y de recuperación del patrimonio histórico-cultural, más querido por el alcalde, quien era un profesor y filósofo de enorme cultura y amor por el puerto.
Sergio, que era de origen familiar yugoeslavo, otra comunidad muy influyente en la historia de Valparaíso, había logrado que la municipalidad comprara el “Palacio Barbariza”, ubicado en el “Paseo de los Yugoeslavos” en el “Cerro Alegre”. La finalidad era darle un sitio adecuado al Museo de Bellas Artes de Valparaíso, que tenía piezas muy valiosas, pero que carecía de una sede digna de ellas. En las obras de restauración y re-funcionalización, la Dirección Nacional de Turismo, que yo dirigía, había aportado recursos para el proyecto. Luego de la visita a las obras ya concluidas, el alcalde me pidió que lo acompañara a la celebración del cumpleaños de la Reina, organizado por el Cónsul del Reino Unido.
Al llegar al evento, fuimos recibidos muy efusivamente por el Cónsul, ya que éramos las principales autoridades de gobierno asistentes, además de los Cónsules de otros países y una nutrida participación de altos oficiales de la Marina y del Ejército. Entre los uniformados, el de más alto rango era el almirante José Toribio Merino, que se desempeñaba como jefe de la Primera Zona Naval del país, cuya sede estaba en Valparaíso. Al saludarlo y conversar con él, me llamó la atención su estado eufórico, posiblemente por la abundancia de licor disponible. No le di mayor importancia inicialmente, pero al transcurrir el tiempo, la mayoría de los invitados se fueron despidiendo, quedándonos al final un pequeño grupo alrededor del alcalde y del almirante. En esos momentos, el estado de Merino era penoso, de la euforia inicial había pasado a una típica “borrachera triste”, de confesiones dolorosas y sentimentalismos. El clímax llegó cuando con lágrimas en los ojos y sollozos le contó a Vuskovic que había recibido llamadas telefónicas en las que se le amenazaba de muerte, por su “lealtad al gobierno y al presidente de la República”.
El alcalde, muy impresionado, lo consolaba, y tranquilizaba con gran afecto. La imagen del almirante que lloraba y del alcalde que lo consolaba, me impactó mucho. Los chilenos somos muy orgullosos de los hechos heroicos de nuestros soldados y marinos en las guerras del S.XlX, en las que sin miedo a la muerte, se enfrentaron a los mayores peligros. Por ello, sentí vergüenza ajena y traté de borrar de mi memoria este incidente, atribuyéndolo a su borrachera más que a una posible cobardía.
Después del Golpe Militar de 1973, que instauró una dictadura en Chile, me autoexilie en Costa Rica, excepto por un breve período entre 1998 y 2002, en las que tuve la oportunidad de volver a mi tierra natal como Gerente de LACSA-Líneas Aéreas de Costa Rica SA, ya siendo parte en aquel momento del Grupo TACA, una importante empresa centroamericana.
Durante aquel período de retorno, algunos amigos me contaron que el alcalde Vuskovic, una de las personas más buenas y generosas que he conocido, había sido víctima de torturas y vejaciones indignas en el Buque Escuela de la Marina de Guerra y que también había sido encerrado en la prisión de la Isla Dawson, uno de los lugares más inhóspitos de la geografía chilena, durante la dictadura.
Me pareció increíble que una persona tan bondadosa como Sergio Vuskovic hubiera sido víctima de tanta crueldad. Al recordar aquel episodio del cumpleaños de la Reina, mi asombro fue aún mucho mayor, ya que el jefe máximo de los torturadores había sido nada menos que el mismo almirante, con el que Sergio había sido tan compasivo y afectuoso.
Reflexionando sobre esta anécdota, pienso que la historia es, tristemente, bastante prodiga en comportamientos similares. La fábula milenaria del perro que muerde la mano que lo acaricia lo refleja. La ciencia psicológica ha descubierto también que casos de abusadores, torturadores y otras formas de crueldad se originan en personalidades que esconden su cobardía con esos comportamientos abusivos.
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