Esta biografía describe la vida de un educador chileno, en su dimensión docente de una gran vocación, dedicación e integridad, así como su dimensión humana de esposo, padre y hombre muy comprometido con sus raíces y con el contexto histórico y social que le tocó vivir.
PADRE Y EDUCADOR
Introducción

Mi padre, don Carlos Alberto Lizama Poblete, nació en Rere, el 6 de Mayo de 1906 y falleció joven, en Viña del Mar, un 20 de Noviembre de 1960, a los 54 años de edad. Yo tenía 18 y mis hermanos menores, María del Carmen y Francisco Javier, solo 15 y 12, respectivamente. Escribo estas líneas, de recuerdos, antes que el paso de los años me nuble la memoria y para que mis hijos y sobrinos sepan algo del abuelo que nunca conocieron, pero que está muy presente en los rasgos de carácter que heredamos sus descendientes.
No hemos seguido un orden cronológico estricto en los diversos capítulos, los que están agrupados en función de los hechos o circunstancias más importantes que marcaron su vida, independientemente de su duración y de las fechas o años en que transcurrieron.
Carlos Alberto Lizama Hernández
Escrito en San José de Costa Rica, en marzo del 2011.
1. Origen del apellido Lizama
Los orígenes del apellido Lizama en Chile se remontan al Siglo XVlll, durante el que hubo una fuerte inmigración de españoles de ascendencia vasca a la Capitanía General de Chile y a las demás colonias españolas en América, Asia y Oceanía. En aquella época ya se daban los enfrentamientos regionalistas en la Península, y los vascos tenían diferencias con el resto de los españoles, lo que los impulsaba a emigrar a las colonias. Un siglo después, pasadas las guerras de la Independencia de América, las llamadas guerras Carlistas enfrentaron por primera vez bélicamente a los vascos con el resto de España.
Los emigrantes vascos no eran militares, ni soldados de fortuna, como lo habían sido los primeros conquistadores en los siglos anteriores, sino que hombres de trabajo. Algunos lo hacían como parte de la administración española y otros, la mayoría, se aventuraban independientemente como comerciantes o agricultores. Los vascos en España se caracterizan por ser muy trabajadores, serios, tenaces, emprendedores y esas cualidades las trajeron a América. En los países donde ha habido una emigración grande de vascos esas cualidades se han transmitido a la idiosincrasia nacional, siendo ese el caso de Chile. El personaje histórico que mejor encarna estas virtudes es San Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús. Dentro de la cultura vasca hay un sentido muy fuerte de igualdad y que las personas valen por lo que hacen y no por la clase social o la riqueza que puedan tener. Por ello originalmente no hubo títulos de nobleza entre ellos, ya que todos se sentían igualmente nobles. En las ciudades y comunidades pequeñas los asuntos públicos se manejaban con la participación de los ciudadanos, en lo que se parecen a los suizos. El famoso árbol de Guernika alrededor del que los Consejos Municipales se reunían refleja muy bien esta tradición de la que están muy orgullosos. Hasta fines de la segunda guerra mundial existió el Gobierno vasco en el exilio con sede en New York y apoyando a los aliados en contra de Hitler, con la esperanza que al término del conflicto también cayera el dictador Franco y que ello permitiera la independencia de su país.
Hay también vascos franceses, en la región que antiguamente se llamaba la Vasconia, derivada en Gascoing o Gascuña, de donde era originario el famoso mosquetero D’Artagnan.
En la historia de Chile, varios historiadores y etnólogos, como Palacios, Encina y Castedo ha formulado la idea un poco mítica acerca del carácter de los chilenos, fundamentándolo en lo que llaman la aristocracia castellano-vasca y su mezcla con la nación mapuche. Según ellos habría una surgido “raza chilena” fruto de esa fusión de sangre y cultura. De los vascos habríamos heredado su dedicación al trabajo y su famosa tozudez, de los castellanos el espíritu aventurero militar y de los mapuches el sentido independista y la extrema seriedad que los caracteriza. Aunque este concepto de raza está científicamente descartado, no puede negarse que el gran mestizaje que se dio en los cuatro siglos de gobierno español y de guerras con los mapuches tiene que haber dejado una fuerte huella en los chilenos de hoy. Las obras de los escritores españoles de la época de la conquista, como “La Araucana” de Ercillla y Zúñiga y el “Arauco domado” de Pedro de Oña, le dieron un entorno romántico y mitológico a esa creencia.
El apellido Lizama y el Lezama, son lo mismo y en los archivos y referencias históricas hay varios casos de personas a las que se les atribuye ambas formas de escribirlo. Los Lizama, o Lezama, son originarios de la provincia de Euskadi, donde existe un pueblito llamado Lezama, por lo que se puede suponer que a los habitantes de ese pueblo, que emigraban se les llamaba los de Lezama, ya que el uso de los apellidos como identificación de filiación solo vino a generalizarse con la influencia napoleónica en América y resto del mundo occidental, casi un siglo después. Sin embargo esta afirmación no es absoluta ya que bien pudo haber Lezama o Lizamas provenientes de otras ciudades o pueblos.
En los libros o estudios de apellidos y heráldica aparecen algunos escudos atribuidos al personas con el apellido Lizama o Lezama, pero son aparentemente referidos a algunas personas que recibieron ese derecho en España, de parte de los reinos españoles, principalmente de los Reyes de Navarra, pero no hay una genealogía que se refiera a alguna de las ramas que permita establecer la relación entre esas familias vascas y las que emigraron a América y demás colonias españolas.
En los registros más antiguos, de la época de la conquista de Chile, aparece don Antonio de Lezama, nacido en España en el año 1555, como uno de los primeros habitantes fundadores de la ciudad de Valdivia. Casado con la señora Antonia Cortés, con la que tuvo un hijo. El año 1599 los mapuches atacaron y destruyeron la ciudad llevándose a don Antonio y a su esposa cautivos, lo mismo que a los demás habitantes sobrevivientes. Al hacer la paz españoles y mapuches los cautivos fueron liberados y la ciudad se reconstruyó. De ese apellido Lezama no quedan rastros en Chile, por lo que podría suponerse o que desapareció por carencia de descendientes varones o que fue cambiado a Lizama, pero esta es tan solo una hipótesis sujeta a comprobación.
En la actualidad, el pueblito de Lezama en Guipúzcoa es conocido principalmente por ser el lugar donde tiene su centro de entrenamiento el principal Club deportivo del país vasco, el “Atlético de Bilbao”.
Hace poco tiempo un amigo norteamericano, Michael Kaye, que regresaba de un viaje de vacaciones por Europa, me dijo que había conocido en España a un sacerdote que se parecía mucho a mí en apariencia física y carácter, y que teníamos casi el mismo apellido, el padre don Luís de Lezama. Motivado por sus comentario, aproveché un viaje mío a Madrid, para contactarme con el padre, quien resultó ser un personaje de lo más extraordinario, uno de los sacerdotes más conocidos de España, por sus extraordinarias obras sociales y además, por ser un escritor exitoso en literatura, tanto histórica como religiosa. Se desempeña actualmente como Párroco en la Iglesia de Santa María la Blanca, Montecarmelo, Madrid. Al concluir esta biografía supe por un reportaje de la televisión española que este sacerdote ha creado un Colegio Parroquial desde el que está impulsando unas notables innovaciones en los programas educativos, que están causando mucha admiración.
2. Los Lizama en América
Los Lizama o Lezama, al emigrar se asentaron principalmente en México, en Cuba, el Salvador, Chile y Argentina, que son los países en que es más común el apellido. En la actualidad, hay más Lizama en América que en España y es muy probable que el país donde más proliferaron haya sido en Chile. También hay muchos Lizama en Estados Unidos y algunas islas de Oceanía. Hay también apellidos similares en su escritura como los Lizana, más comunes en Chile, pero escasos en otros países, lo que podría significar que también corresponden a una derivación del mismo apellido original Lezama. La más importante figura femenina deportiva chilena lleva este apellido: Anita Lizana, campeona mundial el año 1936, hazaña que no se ha vuelto a repetir por ninguna otra deportista de Chile.
En Costa Rica abunda el apellido Lizano, pero a pesar del parecido, su origen es muy diferente ya que corresponde a una emigración italiana.
Por conversaciones con mi padre, al parecer nuestros ancestros familiares llegaron primero a México, desde donde una parte siguió posteriormente hacia Centroamérica y Sudamérica. Mi padre hablaba de un antepasado que había sido Obispo en México, lo que podría coincidir con la figura del Obispo Francisco Xavier Lizama o Lezama Beaumont, que fue Obispo de Yucatán y de México, y que en los últimos años del dominio español ocupó el cargo de penúltimo Virrey de la Colonia Española. En los textos de Historia de México, su apellido aparece indistintamente con ambas formas de escribirlo. A este Obispo y Virrey le tocó una época muy convulsa para la Corona Española y para la Iglesia Católica, como lo fue el inicio de la guerra de la independencia, período en el que los sacerdotes se dividieron entre independentistas y realistas, con situaciones extremas dolorosas, como la excomunión y fusilamiento de los curas Hidalgo y Morelos, los máximos héroes de la independencia de ese país. Según algunas versiones el Virrey Arzobispo Lezama habría tenido una actitud considerada débil frente a los curas revolucionarios y por ello los realistas más extremos habrían conspirado para destituirlo de su cargo.
3. Llegada a Chile en Concepción y Rere
Ya en Chile se asentaron en la Provincia de Concepción a mediados del S.XVIII, excepto que sea válida la hipótesis de un origen familiar anterior desde don Antonio Lezama en el S.XVI en Valdivia. Por tradición oral de mi padre y de la tía Eva, habrían sido dos hermanos vascos dedicados al comercio y a la agricultura. Uno de ellos, don Pedro Lizama habría sido amigo del irlandés don Ambrosio O’Higgins, entonces funcionario del gobierno español en la Provincia de Concepción, quien más adelante seria Gobernador de Chile y Virrey del Perú. Según una de las biografías sobre su hijo, el Padre de la Patria chilena, don Bernardo O Higgins, este habría residido durante su niñez, por algún tiempo, en la casa de don Pedro Lizama.
Poco después, en el periodo de Chile independiente, en los primeros años de la República, aparece como Elector por Concepción don Isidro Lizama, según consta en la Biblioteca del Congreso Nacional/ (Fuente: “Sesión del 20 de Mayo de 1840, Sesiones de los Cuerpos legislativos de Chile” -Tomo XVIII). El nombre de Isidro coincide con el de nuestro bisabuelo, y la fecha en que aparece como Elector es congruente con la generación que le correspondería, pero no he podido confirmar que haya sido efectivamente nuestro ancestro, ya que eso requiere de una investigación mayor en los archivos parroquiales correspondientes. En esa época no existía el sufragio universal para elegir Diputados y Presidente de la República, sino que en cada Comuna y Provincia solo tenían ese derecho los principales propietarios de tierras, por lo que se les llamaba Electores.
Entre Concepción y Chillán, en la zona que ahora es más conocida como Yumbel, hay un pequeño pueblo llamado Rere, donde los Lizama tuvieron tierras. Rere es una zona muy interesante, por haber sido escenario de importantes hechos en las guerras de la conquista, con batallas muy sangrientas entre españoles e indígenas mapuches, así como por ser la sede de Parlamentos de Paz entre ambas naciones en conflicto.
Originalmente fue un Fuerte español en la frontera con la nación mapuche, fundado en el año 1603 y por lo tanto un lugar de mucha convivencia y cruzamiento raciales, ya que los españoles en la etapa inicial llegaron a Chile casi sin mujeres, lo que los obligaba a formar sus familias con mujeres mapuches. En represalia los mapuches raptaban a algunas de las pocas mujeres españolas para procrear también hijos con ellas. En una de esas ocasiones, luego de una feroz contienda, el año 1654 los 3.000 habitantes de la Villa debieron abandonar Rere huyendo hacia Concepción en la llamada “procesión más grande de la historia”, forzados por el avance indígena. Ya en el periodo colonial y republicano fue un lugar más pacífico, en el que los criollos, y los emigrantes europeos, se relacionaron activamente con los mapuches consolidando el fuerte mestizaje que caracteriza al sur chileno. Por ello aunque los Lizama llegaron al final del periodo colonial, lo más seguro es que al unirse familiarmente con damas criollas de la zona adquirimos sus descendientes parte de la orgullosa y bélica herencia racial mapuche.
La zona de Rere era rica en yacimientos de oro, que los españoles explotaron activamente, lo que le dio fama a la Villa. Luego, durante la época Republicana Rere incrementó su renombre, debido a la abundancia de ese mineral tan preciado, lo que hizo que llegara a tener un importante desarrollo como ciudad a mediados del S. XIX, e inicios del S. XX, al extremo de haber tenido un Banco propio, el “Banco de Rere”, que imprimía sus propios billetes y monedas. Originada en esta riqueza hay una leyenda urbana que dice que las campanas de su Iglesia son de oro, y de hecho, debido a ello, una de ellas fue robada.
Por si sola Rere era un distrito electoral que llevó al Congreso Nacional a importantes figuras de la historia y la política nacional. En algunos textos históricos se afirma que Rere llegó a ser la tercera ciudad de Chile en población a mediados del S. XIX. Al acabarse el oro, la ciudad volvió a ser un pequeño poblado agrícola. Hasta 1920 fue un distrito electoral y Comuna con Municipio propio, pero la pérdida de población y el empobrecimiento hicieron que bajara su status, hasta ser solo un pueblo más del Municipio de Yumbel en la actualidad. La crisis económica mundial que se inició el año 1929, terminó por destruir lo que quedaba de la floreciente economía que tenía Rere, agravando de paso la ruina de las familias que lo poblaban y acentuando la ya fuerte emigración de sus hijos hacia otras regiones de Chile.

4. Los abuelos Serapio y Juanita
Mi abuelo don Serapio Lizama Sanhueza, nació en Rere a mediados del S. XIX y falleció en Gorbea alrededor de los 80 años en 1942. No lo alcancé a conocer ya que nací en ese mismo año, por lo que solo supe de él por las referencias orales y fotografías que el guardaba, ya que le tenía un enorme cariño. Serapio era un hombre bastante fuerte y alto para la época, de más de un metro ochenta de estatura, de ojos azules, tez muy blanca y de pelo rubio, aunque en las fotos aparece con el pelo completamente blanco, con una nariz y orejas muy marcadas, lo que denotaba evidentemente su origen vasco.

Tengo la impresión que la declinación de Rere, al agotarse el oro, lo obligaron a vender su propiedad en Rere, aproximadamente en 1920 o antes, trasladándose a Los Ángeles, en la localidad de Santa Fe, donde tenía un Fundo muy muy hermosa y agrícolamente fértil, según se aprecia en algunas fotos familiares. Posteriormente, desde inicios de los años 30s, seguramente por su edad avanzada paso a vivir los últimos años de su vida con sus hijas mayores que tenían propiedades en Valdivia, Pitrufquén, Gorbea y Renaico. Todas las fotos de este periodo que se conservan corresponden a la ciudad de Gorbea.
Su esposa, mi abuelita doña Juana Poblete Zapata, pertenecía a una familia criolla de varias generaciones en Concepción. Era hija de don Gervasio Poblete Isla y de Felicita Zapata y nieta de Miguel Poblete y Antonia Isla García Moreno. Ella falleció antes, el 20 de Mayo de 1938, también en Gorbea, por lo que tampoco alcancé a conocerla. Era una señora más pequeña, posiblemente de un metro sesenta, en las fotos se le ve con una mirada muy dulce. Ambos protagonizaron un matrimonio ejemplar en el que hubo mucho amor hasta el final de sus días. En Pitrufquén mi padre hizo construir un pequeño mausoleo familiar donde descansan los restos de nuestros abuelos. Él único recuerdo de ella que nos queda, aparte de las fotos, es una mesita de centro de sala, que nuestro padre hizo construir en Rancagua, con el profesor de ebanistería de la Escuela Industrial, utilizando las maderas de su catre que recuperó durante nuestras primeras vacaciones en Gorbea. La mesita la tiene ahora mi hijo Mauricio en su dormitorio.

5. Los tíos y primos Lizama
Serapio y Juanita tuvieron 9 hijos, tres hombres y seis mujeres. El hermano mayor Marcos, que según mi padre era el más parecido al abuelo, falleció soltero. Otra hermana, la tía Marta, que según los relatos de sus hermanos era de una gran belleza, se casó con un diplomático centroamericano y falleció también muy joven en Santiago, sin alcanzar a dejar descendencia.
El otro hermano, el tío Salvador Lizama Poblete, se dedicó toda su vida al comercio y la agricultura. Era un típico chileno “gran señor y rajadiablo”, como el que describe el escritor Eduardo Barrios en su novela costumbrista. Vivió muy intensamente, hubo períodos en los que logró riqueza y otros en que se arruinaba, pero siempre con una enorme energía para reponerse y desarrollar nuevos negocios. Mi recuerdo de él es de un hombre muy alto y fuerte, de pelo rubio cobrizo, que se cortaba el pelo casi al “rape”, estilo militar, que le gustaba hacer alarde de su gran fortaleza física contando anécdotas que a los niños nos parecían fascinantes, de cómo se había enfrentado y derrotado a unos bandoleros, o de cómo había detenido a un toro de un solo puñetazo en la testuz. Montaba un muy brioso caballo alazán, con montura inglesa y con botas y vestimenta también estilo inglés o europeo, a diferencia de la mayoría de los agricultores de la zona que utilizaban más la montura y aperos de huaso o campesino chileno. Dejó una fuerte huella entre sus descendientes, que son los más numerosos de nuestra familia. De su hija mayor Irma Lizama hay descendencia Oportus Lizama en Chile y Estados Unidos. De Berta Lizama Contreras descienden los Bizama Lizama. Uno de ellos Raúl Bizama es un destacado Corredor de Bienes Raíces de Santiago, fundador y ex Presidente de ese gremio en Chile, y uno de los más entusiastas en tratar de contactar a los Lizama chilenos. De Polon Lizama Contreras, el tercer hijo del tío Salvador, desciende una muy numerosa familia ya que tuvo 11 hijos Lizama Díaz: Ana con descendencia Méndez Lizama; Pedro, que ha sido Concejal y Alcalde de Pitrufquén en varias ocasiones, con seis hijos Lizama Bruna; José que es actual Concejal de Pitrufquén y con dos hijas; Orlando con descendencia Lizama Mendoza; Francisco con descendencia Lizama Quintana; Polon (Jr.) con descendencia Lizama Salina; Cristina con descendencia Sepúlveda Lizama; María con descendencia Muñoz Lizama; Jaqueline con descendencia Castro Lizama; Rina con descendencia Hernández Lizama en España y Chile; Leticia con descendencia Fernández Lizama y el menor Hernán, con descendencia en San Bernardo donde ejerció como oculista de la ciudad.
El primo Polon, lo mismo que varios de sus hermanos, como Irma, Rina y Hernán llegaron a estudiar a Santiago convirtiéndose en pupilos de nuestro padre, que en esos años era un joven profesor de los Liceos Valentín Letelier y Federico Lastarria. Aunque el “tío Carlos” era solo un poco mayor que sus sobrinos se esmeró en ser un muy buen tutor dándoles la mezcla de cariño y estrictez que su rol requería.
Polon ingreso posteriormente a la marina de guerra, donde lamentablemente sufrió un accidente a bordo del acorazado Almirante Latorre que lo dejo con una grave invalidez. Debido a ello lo conocimos en Valparaíso cuando llegaba a nuestra casa mientras se sometía tratamientos en el Hospital Naval y luego en la tramitación de su indemnización y jubilación por invalidez. Yo tenía unos 9 años de edad y me gustaba acompañarlo en sus andanzas por Valparaíso, escuchando sus anécdotas sobre la vida en el mar. Posteriormente se radico en Pitrufquén donde, a pesar de su invalidez, formo una gran familia y tuvo un desempeño notable como persona volcada a ayudar a sus semejantes, sobre todo a la gente más humilde de la ciudad. En su funeral el año 2006, se volcó toda la población en una impresionante muestra de agradecimiento por su benemérita labor. Dos de sus hijos, Pedro y José han heredado muy fuertemente esa vocación de servicio público y por ello han sido reiteradamente reelegidos como Concejalas de Pitrufquén.
La tía Raquel Lizama, fue educadora y agricultora. Era también una mujer muy alta para su época, de casi un metro ochenta, de gran belleza y de una fuerte personalidad, característica común a todos sus hermanos. Se casó con un emigrante suizo, Herman Trippel, y tuvo tres hijas: nuestras primas Silvia, Herta y Ketty Trippel Lizama, todas también herederas de una belleza notable. Una de ellas, Herta, fue Reina de belleza en Santiago, en su juventud. De esta rama familiar tenemos una gran cantidad de parientes que van desde primos, sobrinos hasta sobrinos- tataranietos, de apellidos Trippel Lizama, Larenas Trippel, Rosselot Trippel, Plaza Rosselot, Carmona Trippel, Bate Trippel, Larenas Truco, Larenas Monteiro, Araya Carmona, Cortes Rosselot, Chelew Cortés…
Como anécdota y coincidencia curiosa, en el año 1929, ella vivía en una Hacienda que tenía con su esposo en Valdivia, cuando llegaron desde Francia una familia que compró la Hacienda vecina, y como los recién llegados no tenían casa construida en su predio, vivieron algún tiempo en la de los Trippel Lizama. Esta familia francesa eran los Oliger Durand y los Oliger Salvatierra, abuelos y padres de quien 42 años después se convertiría en mi esposa. Durante esos meses doña Aurelia Salvatierra de Oliger, mi suegra, se convirtió en la mejor amiga y confidente de juventud de la tía Raquel y la prima Irma Lizama´, hija del tío Salvador, que estaba de vacaciones en casa de los Trippel Lizama, protagonizó un pololeo de verano con uno de los hermanos de mi suegro.
La tía Teófila Lizama Poblete, al igual que su hermano Salvador, vivió en Pitrufquén, donde se casó con el Oficial Civil de la ciudad don Temístocles Castro. Su hija Marta Castro Lizama, se casó a su vez con un agricultor de Valdivia de apellido Berger, de donde hubo descendencia Berger Castro. A propósito de esta tía recuerdo una anécdota bastante emotiva y fuerte. A inicios de 1971 yo tenía el cargo de Director Nacional de Turismo de Chile, y estando en mi oficina de la Calle Catedral, recibí una llamada telefónica muy extraña de una Comisaría de Carabineros. Me preguntaban que si yo tenía una hermana del sur de Chile, que se encontraba perdida y preguntaba por su hermano Carlos Lizama, “que se había venido a Santiago a trabajar”. Les dije que no, que mi única hermana vivía en Viña del Mar. Me preguntaron luego si yo tenía algún pariente con el mismo nombre, y fuese profesor, a lo que respondí igualmente que no. Sin embargo, por un impulso de curiosidad les pregunté cómo se llamaba la señora perdida, a lo que me dijeron que Teófila. En ese momento el corazón me saltó por la impresión. Pregunté por su segundo apellido y el del hermano que ella buscaba y era Poblete. En un segundo se me vino a la mente un cuadro escalofriante, era la tía Teófila, anciana de posiblemente unos 80 años de edad, con su memoria perdida y estancada como si estuviera viviendo en el pasado, 40 años atrás, en 1930. Les pedí a los Carabineros que la cuidaran mientras yo llegaba, con la tía Eva para recogerla. Se había escapado del Hogar de Ancianos en que vivía y la habían encontrado deambulando por las calles y preguntando por su hermano. La tía Eva se encargó de ella, devolviéndola al Hogar de Ancianos donde algunos años después falleció.
La tía Orfelina Lizama, también educadora, se casó con el constructor de la ciudad de Gorbea Herbeth Cravero, matrimonio que vivió siempre en esa ciudad, donde ambos tuvieron una fuerte influencia. Ella porque la mitad de la población de la ciudad eran sus ex alumnos y él porque había construido muchas de las hermosas y típicamente sureñas casas de madera que caracterizan a Gorbea. Tuvieron descendencia Cravero Lizama, entre los que cabe mencionar al escritor Herberth Cravero Lizama, autor de obras filosóficas y poéticas.
La tía Evangelina Lizama Poblete, fue una de las pioneras en Chile de la Enfermería con especialización en obstetricia, con una larga y meritoria carrera en el Hospital de Carabines de Santiago, donde se jubiló como Jefa de ese servicio. Se casó con el empresario Mario Valdivia, y tuvieron una hija, nuestra prima Carmen Valdivia Lizama, abogada y destacada funcionaria de la Universidad Chile, donde ejerció hasta su jubilación.
La tía María Lizama, también educadora se casó con Joaquín León, en Chillan, de donde viene nuestro primo Joaquín León Lizama.
Un elemento común en todos los hermanos Lizama Poblete, tanto los hombres como las mujeres, era el tener un carácter excesivamente fuerte, posiblemente heredado pero extremado por ser de origen agricultores y profesores varios de ellos. La agricultura en el sur de Chile, a inicios del siglo XX era una actividad muy ruda, las tierras eran vírgenes o semi vírgenes, había levantamientos mapuches que a veces asolaban los sembradíos, se llevaban el ganado, quemaban las casas, lo que obligaba tanto a hombres como mujeres a estar permanentemente preparados para defenderse. Estos levantamientos mapuches se originaban en su lucha por defender sus tierras amenazadas por la colonización propiciada por los gobiernos mediante colonos chilenos, alemanes, suizos o franceses. El último de estos levantamientos, brutalmente aplastado por el ejército chileno, ocurrió el año 1934 en Malleco, en lo que ahora es el Municipio de Lonquimay. También había bandoleros organizados que atacaban, robaban y mataban a quienes no estaban preparados para defenderse. Por ello no era nada de extraño el que tanto el tío Salvador, como mi padre y todas sus hermanas se criaran en un ambiente muy aguerrido y que todas las hermanas supiesen manejar armas con bastante destreza. En el caso de las educadoras, se requería también de un fuerte don de mando, para dirigir con mano de hierro a los indómitos alumnos, a sus padres y a los profesores de los Colegios de los que eran Directoras. Esta fuerza dominante de su carácter, en el caso de las hermanas, afecto sus matrimonios ya que sus esposos tuvieron que someterse a una estructura matriarcal en su vida familiar, en las que el mando y jefatura del hogar estaba en ellas.
En Valparaíso conocimos a dos primos de mi padre, los hermanos Ramón y Octavio Lizama Varela, ambos eran también originarios de Concepción y Rere, y de profesión marinos mercantes. Tenían negocios de transporte marítimo e importaciones. Según Pedro Lizama Améstica, hijo de Ramón, de esta rama Lizama Varela hay una amplia descendencia ya que los Lizama Varela fueron muchos hermanos.
Otra rama de parientes es la de los Lizama Villagrán, a la que pertenece el actual Obispo de Antofagasta Pablo Lizama Riquelme.

Revisando en internet encontramos que varios Lizama de Chile, de los que podríamos ser parientes, se identifican con sus raíces familiares en el mismo pueblo de Rere y es bastante común el que los que han destacado se hayan dedicado a la profesión de educadores y al sacerdocio. Entre los más destacados merece nombrarse al sacerdote de la Orden de la Merced Pedro Emilio Vega Lizama, nacido en Rere el año 1903, solo tres años antes que nuestro padre, quien culminó sus estudios de Teología en Roma y que ejerció el sacerdocio en varias ciudades del sur de Chile, como Chillan, Concepción, Valdivia y durante algunos años en Brasil. Fue Superior de la Orden Mercedaria en la Parroquia y Colegio San Pedro Nolasco de Concepción en el año 1948. Falleció a los 80 años y sus restos se encuentran en el Mausoleo mercedario de Chillan. Igualmente destacada fue la Reverenda Madre Sor Mathilde de la Santísima Trinidad Lizama, cofundadora del Colegio Providencia del Sagrado Corazón en Temuco el año 1894 y Superiora del Convento e Iglesia de la Providencia en esa misma ciudad el año 1901. También sacerdote y educador fue nuestro tío- abuelo el presbítero Francisco Javier Lizama Contreras que tuvo importancia fundamental en la vida y formación de nuestro padre.
Otro Lizama destacado, aunque no sabemos si es pariente nuestro, fue el Sargento Andrés Matamala Lizama, héroe de la guerra del Pacífico, que combatió en la campaña de Tarapacá, en la toma de Pisagua, en las batallas de San Francisco, Huamachuco, Chorrillos, Miraflores y en la ocupación de Lima por el ejército chileno, entre 1879 y 1883. Recientemente se le ha hecho un homenaje y se ha construido un mausoleo en el cementerio de Gorbea.
6. Educado por el tío cura
Mi padre, Carlos Lizama Poblete, por ser el menor de una familia grande y afectada por la crisis de Rere, fue enviado muy pequeño a vivir con el Presbítero Francisco Javier Lizama Contreras, primo- hermano del abuelo Serapio. El sacerdote en aquella época ejercía su ministerio en varias ciudades del sur de Chile.

El “tío cura”, como le llamábamos, era un sacerdote de muy sólida formación teológica y de una amplia cultura, que se refleja en la inmensa biblioteca personal que llegó a tener. Cuando falleció, heredamos su biblioteca y sus bienes personales. Mi padre donó a una Parroquia de Viña del Mar, varios centenares de libros, los más religiosos, así como todos los hábitos y artículos de celebración del culto, pese a lo cual todavía quedan en nuestra familia una gran cantidad de libros.
El sacerdote ejerció una influencia muy fuerte en mi padre, durante su niñez y aún en su vida adulta. Era una persona de trato muy afable con las personas humildes y con sus feligreses en general, pero muy poco tolerante con quienes, dentro de la Iglesia, se apartaban en su opinión de la ética o de la recta vida sacerdotal. Esta cualidad le valió varios enfrentamientos en Concepción, donde fue Vicario del Arzobispado y Vicerrector del Seminario, y en otros ministerios sacerdotales que le tocó ejercer, lo que le acarreo enemigos dentro de la misma Iglesia y limitó su carrera eclesiástica. Muchas personas, laicos y religiosos, que lo admiraban, pensaban que por su gran preparación y prestigio pudo haber llegado a ser Obispo, pero sus luchas y desavenencias le cerraron las puertas.
Por testimonios indirectos y algún comentario de mi padre pude deducir que fue un hombre de lucha. A inicios del S.XX en el sur de Chile había un fuerte enfrentamiento, político religioso, entre los colonos alemanes, que eran de religión Luterana, con los católicos chilenos que poblaban la región. El Imperio Prusiano al darse cuenta de la posibilidad de influir en Chile, por medio de sus emigrantes y descendientes, financiaba generosamente la creación de Colegios alemanes e Iglesias Luteranas. Ya desde fines del S.XlX esta influencia alemana se venía desarrollando por medio de la llamada “prusianizacion” del ejército, lo que hasta nuestra época se mantiene. En la educación pública se aplicó igualmente este proceso de “prusianizacion”, mediante asesores alemanes que llegaron a las Escuelas Normales, que era donde se formaban los profesores chilenos. Frente a esto la Iglesia católico reacciono creando también Escuelas y Colegios y fortaleciendo al Partido Conservador, que era el partido oficial de los católicos. Nuestro “tío cura” se destacó fuertemente en esta labor, siendo el fundador del Partido Conservador de Valdivia, según me relato una señorita de apellido Isla, que pertenecía a una antigua familia Valdiviana, parientes lejanos o amigos de nuestra familia, que se alojó en nuestra casa en Valparaíso, precisamente por referencia del sacerdote. La fundación en Temuco del Colegio de la Providencia en esa misma época, por Sor Mathilde Lizama, obedeció también a la misma inspiración: combatir el creciente dominio de la Iglesia Luterana-alemana. Posiblemente por ello entre los amigos que tuvo el tío sacerdote estaban el Senador Juan Antonio Coloma (1906-1961), abuelo del actual senador con el mismo nombre, y el Diputado Venancio Coñoepan (1905-1968), el primer parlamentario de origen mapuche de Chile, ambos del Partido Conservador y de la región sur del país. ·
En sus últimos años fue Vicario de la Parroquia de San Ramón, en Santiago, donde está ahora la Vicaría General Castrense, siendo uno de sus mejores amigos, confidente y confesor mutuo, el Cardenal Arzobispo Monseñor José María Caro Rodríguez. Falleció el año 1954, pocos meses antes que su amigo el Cardenal. Recuerdo que el día de su misa de funeral, esta se retrasó porque se esperaba que llegara el Cardenal, pero al final no pudo debido a su mal estado de salud.

El tío cura posiblemente influyó también en su interés por la educación y por los temas culturales. Una de las anécdotas que recuerdo es que mi padre siendo aún niño viajó desde Victoria, donde es probable que estuviera con el tío cura, a Temuco, porque un niño prodigio casi de su misma edad daba uno de sus primeros concierto de piano: Claudio Arrau (1903-1991), nacido en la vecina ciudad de Chillan, desde donde salió hasta llegar a ser el mejor pianista del mundo. Por eso creo que la gran afición que tuvo por la música clásica y la ópera la adquirió en esos años de niñez, bajo el influjo cultural del tío cura. Por igual motivo le tenía una enorme admiración y cariño a otro chillanejo artista y prodigio, de su misma generación, el gran tenor: Ramón Vinay (1911-1996).
Siguiendo el ejemplo de su tío cura, llegó a tener una gran biblioteca, con libros muy variados aunque con una marcada preferencia por los clásicos chilenos. Leía los libros y tenía la costumbre de subrayar los párrafos que más lo motivaban, o ponía breves frases o palabras de exclamación. Tengo como herencia la primera edición chilena del libro “Desolación” de Gabriela Mistral, en el que abundan esos subrayados, igualmente la primera edición de Pablo Neruda, hecha por la Editorial Nascimento en Chile. Cuidaba mucho los libros, los que mandaba encuadernar con una elegante portada de tela roja o verde, en la que en el lomo venía el nombre y el autor del libro y en la parte inferior sus iniciales C.A.L.P.
Otra anécdota que demuestra que mi padre vivió o pasó vacaciones en diferentes lugares de la Provincia de Concepción o sus cercanías, donde había parientes que lo recibían, o por donde el tío cura se desplazaba, es la famosa batalla naval de Coronel, del 1 y 2 de Noviembre de 1914, en la que solo a 50 millas del puerto de Coronel en Chile, se enfrentaron las dos flotas navales más poderosas del mundo, de Alemania e Inglaterra, durante la primera guerra mundial. Mi padre, que solo tenía 8 años de edad, recordaba el tronar de los gigantescos cañones en la noche. En esa batalla el Almirante alemán Von Spee destruyó totalmente la flota inglesa del Océano Pacifico, cuyos barcos se hundieron en esa costa chilena con todas sus tripulaciones. Entre los libros que heredó mi hermana Carmen hay uno que se llama de “Tsing Tao a las Malvinas”, que relata esa batalla que tanta impresión le causó siendo niño.
Creo que el “tío cura” marcó muy fuertemente la personalidad de mi padre, que hizo de la rectitud un paradigma absoluto, que lo llevaba también a ser poco tolerante con las actuaciones que no correspondían a su marco ético.
Curiosamente no recuerdo a mi padre como una persona religiosa en un sentido “observante”, a pesar de la verdadera veneración que sentía por el tío sacerdote, y la amistad que llegó a tener con otros sacerdotes, como el Padre Rene Pienovi en Valparaíso, o don Carlos López Wolleter, Tesorero de la Diocesis de Valparaíso durante el Arzobispado del cardenal Silva Henríquez. Sin embargo, leía obras de filósofos católicos como Giovanni Papini y al escritor católico ingles A.J. Cronin, cuyo personaje, el padre Francisco Chismon, de la novela “Las llaves del Reino”, le parecía que era la personificación de su tío. Leyendo dicha obra yo encuentro efectivamente algún parecido entre ese sacerdote irlandés misionero abnegado en la China, pero cuestionado por altos personajes de la Curia, con la vida de nuestro “tío-abuelo cura”.
Tanto en el tío cura como en mi padre había una fuerte admiración hacia San Francisco de Asís, lo que deduzco de las varias biografías del Santo que habían en sus bibliotecas. El cuento del lobo de Gubia y San Francisco y los poemas sobre San Francisco de Gabriela Mistral los aprendí de ellos, más que en el Colegio.
Nuestro padre era muy discreto en estas materias. Por ejemplo, si hacia una petición a la virgen de Lo Vásquez, por la salud de su esposa, hijos o la de el mismo, iba solo y no lo comentaba. Solo con su suegra, nuestra abuela Teresa Grebe Castañón, rompió ese estilo y en varias ocasiones fueron juntos a algún Santuario donde seguramente ambos compartieron sus peticiones.
7. La Escuela Normal
Aproximadamente en el año 1923 ingresó a la Escuela Normal, que era la Institución que formaba a los profesores chilenos, posiblemente tanto por vocación propia como por consejo del tío cura y de sus hermanas mayores Raquel, Orfelina y María que también eran educadoras.
Nuestro padre fue un Educador en el sentido pleno de la palabra, formado en la Escuela Normal Superior de Preceptores, la misma por donde pasaron grandes Educadores chilenos y costarricenses, como don Joaquín García Monge, el creador del “Repertorio Americano” y gran amigo centroamericano de Gabriela Mistral. La formación que daba la Escuela Normal a los profesores era de un nivel académico muy alto, casi enciclopédica, ya que abarcaba todas las áreas literarias, sociales y científicas.
En la parte metodológica, el sistema era muy estricto y exigente porque el modelo había sido traído de la Alemania de Bismark en el siglo XlX. Precisamente por ello, en aquella época, entre fines del S. XlX y comienzos del S. XX llegaban a estudiar a esa Escuela Normal futuros maestros de casi toda América Latina. Entre los compañeros y mejores amigos que tuvo mi padre se destacaba mucho el educador Eugenio Piga, que en 1937 integró la llamada Misión Chilena a Costa Rica, que tuvo por tarea reformar la educación primaria.
Otro amigo fue el educador Luís Galdames, que también formó parte de la Misión Chilena a Costa Rica y que elaboró el proyecto de creación de la Universidad de Costa Rica. El pensamiento filosófico imperante en esos años en la Escuela Normal era laicista y anticlerical, lo que evidentemente también influyó en su formación como maestro, pero sin que eso lo llevara a abanderizarse con ninguna posición en particular. Aunque la mayor parte de sus compañeros y amigos de esas generaciones de profesores simpatizaban o militaban con los partidos políticos más afines con esas ideas, como lo eran el Partido Radical, el Liberal y los incipientes socialistas o comunistas, el mantuvo siempre una posición bastante imparcial, muy independiente, abierta y en cierto modo ecléctica. De hecho nunca se abanderizó con algún Partido Político y era extremadamente celoso y enfático en recalcar su absoluta independencia. Aunque muchos de sus colegas y amigos pertenecían a la Masonería, él se mantuvo fuera de ella, a pesar que recibió varias invitaciones para ingresar a las Logias de Santiago, Rancagua y Valparaíso.
Cuando niño vi desfilar por nuestra casa, conversando muy amigablemente con mi padre, a colegas suyos de diferentes ideologías. Uno de ellos el gran poeta Pablo de Rokha, al que se consideraba “anarquista o anti todo”, uno de los cuatro más grandes poetas de Chile, pero que debido a su insoportable carácter, a sus propios odios y los de sus enemigos, nunca pudo darse a conocer ni alcanzar la fama que lograron Neruda, Mistral y Huidobro.
Tengo el recuerdo un poco borroso de dos visitas de Pablo de Rokha, una vez en Rancagua y otra en Valparaíso, y del aprecio y respeto mutuo que se profesaba con mi padre. Testimonio de ello es un curioso y muy escaso libro, autografiado, de la primera y única edición de sus obras completas, del año 1954, que mi padre le compró en su última visita. El poeta era tan pobre y carente de apoyo que tenía que vender personalmente sus libros, visitando de casa en casa a sus amigos.
Otra persona a la que admiraba mucho era a la educadora Amanda Labarca (1886-1975), uno de los íconos de la educación pública chilena. Pero, por otra parte, llegó a tener relaciones de amistad estrechas con personas de pensamiento muy diferente, católico conservadores, como Edmundo Eluchans, Beltrán Urenda, y empresarios porteños como Armando Fernández Velarde y Víctor Bolocco, el abuelo de la Miss Universo chilena, quienes lo admiraban mucho por su notable cultura. Varios de estos amigos eran personas de nivel socio económico muy alto, que habían viajado muchas veces al extranjero, sobre todo a Europa, y que no podían creer que nuestro padre no lo hubiera hecho, al escucharle hablar con tanta propiedad sobre la historia y el patrimonio cultural de esos países.
8. El Instituto de Educación Física
Una vez concluidos sus estudios en la Escuela Normal, se matriculó en el Instituto de Educación Física de la Universidad de Chile, una institución educativa de gran prestigio, ya que se había creado siguiendo el modelo de las Academias de Educación Física de Suecia y Alemania, que en Europa habían desarrollado un modelo educativo, en el que educación física y la práctica de los deportes eran fundamentales en la formación del ciudadano.
En aquellos años, el Director del Instituto era el profesor Luís Bisquert Susarte, reconocido como el gran humanista de la Educación Física y el deporte chileno.
Los conceptos del filósofo romano Juvenal, de armonía en la vida y en la formación, sintetizados en la frase “Mens sana in corpore sano”, que inspiraban al Instituto, le daban a los profesores de educación física una formación muy integral que los proyectaban como lideres ante los estudiantes.
Lamentablemente, tanto en Chile como en la mayor parte de los países latinoamericanos, en las últimas décadas se han perdido estos principios, la profesión de maestro se discrimina, se le han quitado recursos a las Universidades y Escuelas que los preparan. Los programas han sido reducidos a extremos, especialmente los que mejor forman el carácter de los niños y jóvenes, como lo son los de Bellas Artes, Literatura, Historia, Filosofía y Educación Física. En aquellos años los mejores Colegio y escuelas eran los Liceos públicos, donde enseñaban los educadores de mayor prestigio, entre ellos nuestro padre.
En la actualidad, la cantidad de horas de clases en los Colegios públicos es la mitad de la que era en aquellos años. En muchas partes la enseñanza de las áreas de artes, educación física y manualidades ha sido eliminada o reducida al mínimo. Los salarios de los profesores son los más bajos entre los profesionales de los sectores públicos y privados. Creo que si mi padre y sus colegas de esa época vieran lo que hoy ocurre, pensarían que el mundo se volvió loco. No lo entenderían.
Hace poco, tuve la oportunidad de reencontrarme, gracias al Internet, con mi antiguo profesor de Educación Física, en los Padres Franceses de Valparaíso, don Carlos López Von Vriessen, y para mi sorpresa, en una de sus comunicaciones me expresó que él se hizo muy amigo de mi padre, y que cuando va a Viña del Mar con uno de sus hijos, le dice al pasar por la Avenida Marina: “Aquí vivía un profesor de historia muy culto con el que yo conversaba largas horas cuando lo visitaba”. Me imagino que conversaban también de temas educativos y culturales y que no podían faltar en esas conversaciones las referencias a la gran soprano chilena Nora López Von Vriessen, en aquellos años triunfante en los principales escenarios de Europa y Estados Unidos.
9. Profesor en el Valentín Letelier y el Federico Lastarria
Durante sus primeros años como profesor laboró en el Liceo Valentín Letelier y luego en el Federico Lastarria, ambos en Santiago. Debido a que los profesores normalistas eran enciclopédicos, daba lecciones muy variadas, de historia, literatura, matemáticas, educación física, tanto en primaria como en secundaria. Era muy buen profesor y de ello dan testimonio muchos de sus exalumnos a los que he conocido a lo largo de los años.
Estando en Costa Rica, un destacado educador chileno exiliado, Marcelo Blanc, ex decano del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile de Valparaíso y profesor emérito de la Universidad de Costa Rica, me lo recordó como uno de sus maestros memorables en el Liceo Valentín Letelier de Santiago, en la década de los años 30s. Con una mirada muy pícara que lo caracteriza me dijo: “¿Y sabes cómo le llamábamos a tu papá?: El pije Lizama”.
Mantenía relaciones de amistad muy estrechas con sus compañeros profesores. Varias obras pictóricas de gran calidad, que heredó mi hermana, llevan las firmas de los clásicos Orrego, José Caracci y Pedro Luna, que a la vez de grandes artistas eran profesores de dibujo en la enseñanza pública. Uno de ellos, un retrato de nuestro papá, lleva la firma del gran pintor chileno José Caracci, entonces profesor de Bellas Artes en el mismo Liceo. A propósito del cuadro de Pedro Luna, que corresponde a una Iglesia de Chiloé, mi padre lo adquirió como un regalo para su tío cura con su primer salario, el mismo que fue obsequio recíproco del tío que se lo devolvió como regalo de matrimonio en 1941.

Gracias al influjo de esos colegas, de su propia formación enciclopédica y la del tío cura, desarrolló un buen gusto y aprecio por las obras de arte y las antigüedades muy agudo, que se reflejaba en el mobiliario de su casa de soltero y en nuestra casa familiar, que llamaba la atención de los visitantes. Era asiduo de los remates de antigüedades y, en más de alguna ocasión logró a un muy buen precio piezas que normalmente tenían un valor superior. Entre las cosas curiosas que recuerdo fue la compra de un gran espejo de marco de caoba, de los llamados de “luna veneciana”, en un remate de una familia tradicional en el barrio de Recreo en Viña del Mar. Algunos años después de su fallecimiento el espejo tenía serios problemas en su parte trasera, debido a que la tapa de madera estaba muy deteriorada, por lo que lo enviamos a restaurar y a reducir su tamaño, porque también era muy grande para la altura del salón del Departamento en que vivíamos. El restaurador lo abrió ante nosotros y, para nuestra sorpresa, entre el cristal del espejo y la tapa trasera había antiguos periódicos italianos, que servían de amortiguamiento, que informaban de Garibaldi en Italia, durante la guerra nacionalista que dio origen al reino de Italia, a mediados del S.XIX. Cualquier duda sobre la antigüedad y autenticidad del espejo quedó en ese momento disipada para siempre. El espejo ocupa hoy el lugar principal del comedor de la casa de mi hermano Francisco Javier.
Un sillón muy antiguo que tengo en Costa Rica, que aparece en varias fotos del tío Cura y de mi padre, tuvo también un uso solemne, en una ocasión en la que el Presidente de la Republica don Gabriel González Videla visitó la ciudad de Rancagua y los organizadores de la ceremonia se lo pidieron prestado para que el Presidente se sentara durante la actividad en el Teatro San Martín. Por ello, por varios años mi padre bromeaba con sus amigos invitándolos a sentarse en “el sillón presidencial”.
10. La Belle Époque
Su capacidad y facilidad para la enseñanza, hizo que además de las lecciones que tenía en los Liceos, impartiera también lecciones privadas a niños y jóvenes que requerían de un refuerzo en su preparación. Esta circunstancia lo llevo a conocer a algunas familias que después serían de sus mejores amigos, como Elisita Garrigó Larenas de Caballero , sus sobrinos Luis de la Fuente Larenas y Adriana de la Fuente de Ravinet, y de sus hijos y alumnos Octavio, Jorge Caballero Garrigó y Adriana Caballero de Márquez de Acevedo, a su abuelita doña Elisa Larenas de Garrigó, Marquesa de Canella y su primo Rubén Larenas Bolton, un destacado tenor chileno que había triunfado a inicios del S.XX en los teatros de Europa con el nombre de “Rubens de Lorena”. La relación con esta familia fue muy estrecha, al extremo que en su vejez ambas señoras doña Elisa y Elisita, lo consultaban en todos sus asuntos y mi papá las visitaba semanalmente, sobre todo cuando estaban enfermas.
A mí me gustaban mucho esas visitas porque las dos ancianas eran un pozo inagotable de anécdotas entretenidas. Doña Elisa Larenas Fuensalida, una dama de familia tradicional de Concepción, había quedado viuda joven en Chile, de su matrimonio con don Salustio Garrigó y se había trasladado a Brasil donde se casó con el Marques Francisco de Canella, uno de los hombres más millonarios de ese país y miembro de la nobleza Papal en Roma. Doña Elisa escribió, en esos años de la década de los 20s, un libro llamado “Mais un crime do fascismo”, en el que relataba la persecución en contra del Profesor Julio Canella, primo del Marqués y uno de las más tempranas víctimas del régimen fascista de Mussolini en Italia, lo que le dio a ella un fuerte renombre en los círculos intelectuales de Brasil e Italia. Al quedar viuda por segunda vez regresó a Chile, a Viña del Mar, a la casa de la calle Von Schroeder, muy cerca de nuestra residencia de la Avda. Marina, donde se quedó definitivamente, atesorando un enorme caudal de historias de su interesante vida, que cada cierto tiempo proyectaba como colaboradora asidua del Diario el Mercurio.
Viendo las fotos de nuestro padre con sus alumnos Caballero Garrigó, se nota que la diferencia de edades entre el profesor y los alumnos era mínima, por lo que resultó natural esa amistad, que culminó casi como una relación familiar, ya que doña Elisa y Elisita lo trataban como a un hijo, o más propiamente “ahijado”. Me parece que esta amistad tenía posiblemente un origen más antiguo, relacionado con nuestros abuelos, por el hecho de que las familias Larenas y Garrigó también eran de Concepción y de Rere, y porque Elisita y Elisa eran asimismo amigas de nuestras tías Eva y Raquel.
Al iniciar esa etapa de su vida, se reveló una faceta nueva de su carácter, una inclinación y aptitud notable para la vida social. Tenía 21 años, era un profesor joven, provinciano, culto, muy buen conversador, buena “pinta”, buen bailarín de los bailes de moda, el “fox trot”, “cha cha cha”, “charlestón”, entre otros. Era además soltero, sano y sin vicios. Con esas cualidades lo atrapó lá bohemia santiaguina, que estaba aún en plena “Belle Époque”. Las mamás jóvenes de sus alumnos, las hermanas y un número creciente de amistades lo invitaban a sus fiestas y paseos. Esto lo diferenciaba notablemente de sus compañeros profesores, cuyo mundo social era muy limitado, apenas con sus familias y colegas, mientras que nuestro papá tenía dos mundos sociales, tan diferentes entre si, en los que participaba y se movía “como pez en el agua”.
Muchos de los alumnos del Valentín Letelier y del Lastarria provenían de familias de clase alta y media alta, ya que en esos años no se daba tan fuerte la diferenciación social actual, en la que los hijos de las clases altas solo van a Colegios privados. Este hecho le dio acceso a esos niveles sociales que ahora estarían vedados a un profesor de la enseñanza pública. Debe haber sido una época muy entretenida con muchos amigos y muchas “pololas” o candidatas interesadas en serlo. Vestía muy bien y con elegancia, lo que explica el sobrenombre del “pije Lizama”. Sin embargo, el disfrutar tan activamente de esa vida social sofisticada y ajena a su profesión, no lo envolvió ni lo apartó de la enseñanza. Era muy planificado y disciplinado, para dedicar a cada uno de estos dos mundos el tiempo y la atención, exacta y armónica, que requerían.
Un buen ejemplo de esa seriedad para planear su vida se demuestra en que en el año 1929 compró su primera casa propia, con sus ahorros y un Préstamo de la llamada Caja de la Habitación Barata, una de las primeras instituciones promotoras de Vivienda en Chile, en la calle Emilio Delporte, en el naciente barrio de Providencia. Al momento de su matrimonio en 1941, estaba concluyendo la construcción de su segunda casa, un hermoso chalet en calle Capitán Orella de Ñuñoa.
11. Profesor de Carabineros
Al crearse el cuerpo de profesores de Carabineros de Chile, ingresó en ese programa que buscaba elevar el nivel educativo y cultural de los policías que, en su mayoría eran reclutados desde orígenes muy humildes y campesinos, en muchos casos solo con un poco de la educación primaria incompleta. Estas lecciones se impartían, uno a dos días por semana, en horario nocturno en las mismas Comisarías. La última en que ejerció ese trabajo fue la Comisaría de El Almendral en Valparaíso. De las anécdotas simpáticas que recuerdo era que conocíamos a casi todos los carabineros que patrullaban el centro de Valparaíso y ellos nos conocían a nosotros como “los hijos del profesor Lizama”, lo que no dejaba de ser un marco protector importante, aunque pudo ser incomodo en alguna ocasión en la que al llegar a la casa y ante mi sorpresa, mi papa me preguntaba con absoluta precisión: ¿Que estabas haciendo en tal lugar a tal hora?
Una granjería que a mi padre no le gustaba utilizar era su Grado y Placa de carabineros, a la que se le llamaba también “rompefilas”, con la que se podía cruzar los cordones de seguridad que se colocaban para ordenar al público en grandes actividades o eventos, o para ponerse en la primera fila. ´Recuerdo que la utilizó en una sola ocasión, para un Congreso Eucarístico, para asegurarnos a mi madre y a sus hijos una buena ubicación.
Otra oportunidad en la que su calidad de profesor de Carabineros fue providencial, se dio durante una huelga de empleados públicos, durante el gobierno de don Jorge Alessandri, en la que a los dirigentes sindicales se les había dictado orden de prisión, siendo uno ellos nuestro tío Sergio Valdivia Barrios, esposo de la hermana mayor de mi mamá. En esa ocasión, el tío se escondió varios días en nuestro hogar, lugar al que a ningún carabinero se le habría ocurrido investigar.
Por ello, mis hermanos Carmen y Francisco Javier nacieron en el Hospital de Carabineros de Santiago. Cuando nació Francisco Javier, regresamos desde Santiago a Rancagua muy tarde, y a la altura de Paine había una neblina impresionante, que hacía imposible continuar. En ese viaje veníamos en el automóvil del Director de Carabineros a cargo de la Provincia de O’Higgins, el general Humberto Jara Gallegos, que nos había acompañado a conocer al recién nacido, del que fue padrino de bautizo. Debido a la neblina, tuvimos que alojarnos en una Comisaría hasta esperar que despejara la visibilidad en la carretera, y continuar hasta Rancagua.
Gracias a esta relación con el Cuerpo de Carabineros, a su fallecimiento, mi madre obtuvo una pensión como viuda de Carabinero, además de la que le correspondía como viuda de un profesor de la enseñanza pública, y el derecho a ser tratada en sus hospitales cada vez que lo requirió, beneficio que también nos amparó a los hijos hasta nuestra mayoría de edad.
12. La Escuela Industrial de Rancagua
En 1946, cuando ya tenían cinco años de casado con mi madre, y yo cuatro años de edad, se estaba desarrollando un nuevo sistema de educación en Chile: la Enseñanza Industrial. Consistía en Liceos donde el mayor énfasis se daba en la preparación de técnicos medios y operarios calificados para la incipiente industrialización del país, los llamados “Liceos o Escuelas Industriales”. Desde 1938, con el gobierno del Frente Popular encabezado por don Pedro Aguirre Cerda, y con la creación de la Corporación de Fomento de la Producción-CORFO, se había dado un fuerte impulso a la industrialización del país, hasta entonces solo productor de materias primas y productos agrícolas básicos.

Surgieron empresas metalúrgicas, papeleras, textiles, se inició la búsqueda de petróleo, la construcción de barcos, entre muchas otras. Para todas ellas se necesitaban miles de jóvenes con preparación adecuada. Para mi padre esta nueva forma de enseñanza se le presentó como un fascinante reto profesional y como la oportunidad de escalar a posiciones de mayor responsabilidad académica. Fue así como, al fundarse la Escuela Industrial de Rancagua, postuló al cargo de Subdirector, siendo elegido para esa posición, lo que nos llevó a trasladarnos a esa ciudad, 200 Km. al sur de Santiago.

Rancagua fue una experiencia muy feliz y gratificante, en el sentido que tuvo la oportunidad de participar en la creación de un modelo educativo nuevo, de gran trascendencia para Chile. En Rancagua estaba el mineral de “El Teniente”, la mayor mina de cobre subterránea del mundo, y por ello se imponía la necesidad de preparar a miles de técnicos para la gran minería y para las industrias metal mecánicas y electrónicas derivadas, lo que correspondía a la Escuela Industrial.
En lo familiar, Rancagua fue también una época feliz, nacieron mis dos hermanos menores y mis padres tuvieron un entorno de amistades muy apreciadas que perduraron, a pesar de que la estadía en Rancagua fue de solo cuatro años.
Rancagua era una ciudad pequeña, pero muy histórica y rica en tradiciones chilenas. Fundada en la época colonial, conservaba muchos edificios y viviendas con valor patrimonial. Durante la guerra de la Independencia fue el lugar de una de las batallas más célebres, llamada “el sitio de Rancagua”, hecho que se conmemoraba con mucho orgullo por los habitantes de la ciudad. El monumento más conocido del padre de la Patria don Bernardo O Higgins, que se encuentra en las plazas centrales de casi todas las ciudades chilenas, es el que lo muestra a caballo saltando por sobre las trincheras españolas en esa batalla.
La ciudad estaba rodeada de una rica zona agrícola donde se cultivaban las costumbres y el llamado “Folklore huaso”, que es el dominante en la región central, y cuya máxima expresión se daba en el “Rodeo de Rancagua”, que es la principal fiesta de la “huaseria” chilena. Recuerdo haber ido a todos los Rodeos celebrados en esos años, con mis padres que tenían siempre una posición en primera fila en uno de los palcos de la “Medialuna”.
Nuestra estadía en Rancagua, concluyó debido a que mi padre descubrió una actuación irregular en la Escuela y, siguiendo su temperamento y principios éticos heredados del “tío cura”, la denunció, lo que le acarreó un fuerte pleito con el Rector del establecimiento, que hizo incompatible la coexistencia de ambos en la misma institución. Providencialmente, en medio de esa inconfortable situación, que se convirtió en polémica pública, típica de “pueblo chico e infierno grande”, se creó la Escuela Industrial de Valparaíso, que necesitaba urgentemente de un Inspector General y Subdirector ya experimentado. Fue así, como en Diciembre de 1949, nos despedimos de Rancagua tomando el tren que nos llevaría directamente al Puerto. Aunque yo tenía solo siete años, tengo muy presente el recuerdo de las despedidas de Rancagua que fueron interminables debido a la gran cantidad de amigos que tenían mis padres y que también se nos transmitían a los hijos.
El Diario “La Crítica”, de propiedad de don Tulio Astudillo, editorializó sobre la despedida de un gran educador. En la Fiesta de despedida en el Club Social de Rancagua abundaron los discursos y brindis y culminó “con un baile que se prolongó hasta altas horas de la madrugada”. En esa despedida el Rector del Liceo de Hombres de Rancagua don Humberto Aymerich pronuncio un elocuente discurso de homenaje en nombre de los educadores de la ciudad y otro amigo don Arturo Vergara Tiffou lo hizo en representación de sus amistades.
La hija de don Tulio, Glenda Astudillo, era mi mejor amiga de niñez y lo mismo ocurría con los Canala Echeverria con cuyos hijos mantengo amistad hasta el presente. La casa en que vivimos era arrendada al Dr. Canala, un odontólogo, estaba situada en la Avenida San Martín. A solo una cuadra de la casa estaba el Teatro San Martin, donde éramos asiduos del cine mexicano y argentino, que en esos años tenían su época de oro y era el más visto, ya que todavía no se imponía el proveniente de Norteamérica. Recuerdo haber visto todas las películas de charros, de Jorge Negrete, Cantinflas, Libertad Lamarque, a las que me llevaban mis padres o las empleadas de la casa. En una ocasión, mi padre me llevó a ver en ese Teatro mi primera ópera, “Marina”, del compositor español Emilio Arrieta, representada por una Compañía española itinerante, que recorría en giras interminables toda Sudamérica, de ciudad en ciudad, sin poder regresar nunca a su tierra natal, por ser artistas exiliados desde la guerra civil. Yo debo haber tenido unos siete años y me impactó notablemente ya que desde ese momento me convertí en un fanático, no solo de las zarzuelas españolas, sino que de ellas y de la Ópera en general, lo que mi padre estimulaba con la gran cantidad de discos que tenía con música clásica, óperas y conciertos. Algunas arias más populares, como el brindis de Marina, yo las cantaba, provocando la risa de amistades y parientes, que encontraban lógicamente muy curioso y gracioso que un niño las cantara.
La parte negativa y que hizo sufrir bastante a mi padre, desde esos años Rancagüinos, era mi total incompetencia para aprender las matemáticas. Siendo el tan buen maestro, conmigo no tenía paciencia, por lo que tuve profesores privados que desfilaban por la casa continuamente, sin mayor éxito.
13. La Escuela Industrial de Valparaíso
La Escuela Industrial de Valparaíso tenía muchas especialidades comunes con la de Rancagua, pero además tenía algunas muy propias de las necesidades de un Puerto donde se requerían técnicos para la marina mercante y las flotas pesqueras, mecánicos de barcos, “carpinteros de bahía” como se les llamaba a los que iban a trabajar en los astilleros y diques, donde se construían y reparaban barcos. A pocos kilómetros de Valparaíso se encontraba el Puerto de Quintay, que albergaba a la mayor flota ballenera del Pacifico Sur, lo que también demandaba de jóvenes técnicos bien preparados. Mi padre tuvo allí su plena realización profesional, organizando la Escuela junto al Rector, también un gran educador, don Oscar Gacitúa Basulto, y sin dejar de dar lecciones, lo que fue siempre su pasión, aunque más concentrado en las lecciones de Historia y Literatura.

Como muchas de las asignaturas que se impartían en la Escuela Industrial eran muy técnicas y novedosas en Chile, no había profesores para ellas, lo que le daba una gran importancia a la labor de reclutamiento de esos potenciales profesores de entre personas muy expertas en esos temas, pero que no tenían experiencia ni conocimientos didácticos. Muchos de esos profesores recuerdan a mi padre como su “maestro de maestros”, ya que parte de su tiempo lo dedicaba a asesorarlos para el proceso de convertirse en verdaderos docentes.
El recuerdo que tienen sus exalumnos y los profesores que trabajaron con él en Valparaíso es el de una persona muy seria, exigente y disciplinada, pero al mismo tiempo muy admirado y apreciado. Tenía el valioso y poco frecuente don de unir esas dos imágenes, ya que generalmente una persona muy estricta y exigente no siempre logra al mismo tiempo ser apreciado. En un homenaje que se le rindió el año 2000, ocasión en la que se colocó un retrato suyo en la Escuela, 40 años después de su fallecimiento, se destacaron esos valores de su persona y se le atribuyó el éxito que la Institución sigue teniendo actualmente, al legado que tanto él como el rector Gacitúa le dejaron a sus sucesores. En ese homenaje concurrió un amigo y colega suyo, profesor de Historia también, don Carlos Ansaldo, el creador de los Festivales de la Canción de Viña del Mar.
Me impresiona la intensidad y cantidad de horas que trabajaba. Hace algunos años fui profesor en una Universidad en Costa Rica, donde durante tres días por semana tenía que impartir lecciones durante tres horas, en horario vespertino, después de mi trabajo principal, lo que me hacía llegar agotado a la casa. En cambio el, hacia eso todos los días, impartiendo lecciones en diferentes asignaturas y a la vez llevando la Subdirección de la Escuela, además de las clases vespertinas que impartía algunos días a los carabineros.
Por eso, no es de extrañar que al haber cumplido los 29 años de servicio en la educación pública, que le permitían jubilarse, lo hiciera cuando solo tenía 51 años de edad, con la esperanza de gozar de un descanso tan merecido. Aunque se veía como una persona muy sana y fuerte, tantos años de trabajo tan intenso le cobraron la cuenta y solo pudo vivir tres años más.
14. La vida en Valparaíso y Viña del Mar
Me parece que los años en Valparaíso y Viña del Mar fueron los mejores para nuestros padres. Con tres hijos, un trabajo gratificante en lo profesional y en una ciudad hermosa, con sus viejas galas de gran Puerto de Chile, con tradiciones marinas muy conservadas en esos años, que con razón le han dado el título de “Ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad”.
El Valparaíso de los anos 50s, aún conservaba el vigor de ser el primer puerto del país y sede de grandes empresas nacionales e internacionales. Las dos mayores Compañía Navieras del País, la Interoceánica y la Sudamericana de Vapores, tenían sus Casas Matrices en la ciudad, lo mismo que los Banco de Londres y Edwards, cuyos Edificios eran verdaderas joyas arquitectónicas en todo su esplendor. Las principales empresas Importadoras y Exportadoras, así como las Agencias de carga, tenían igualmente sus Casas Matrices en Valparaíso. Había grandes barcos de pasajeros, cuyo puerto Terminal en Sudamérica era Valparaíso, con bandera chilena de la Empresa Marítima del Estado y extranjera de Italia, que eran el principal y casi único medio de transporte para viajar fuera de Chile, ya que la aviación comercial estaba poco desarrollada.

A pesar de ser yo aún muy niño, recuerdo la emoción de mis padres en la preparación del traslado y el viaje en tren desde Rancagua. Mi padre se fue un mes antes a preparar la mudanza de la familia. Alquiló una hermosa casa en la subida San Juan de Dios, de estilo Victoriano, de dos pisos, rodeada de una jardín. Lamentablemente, ese barrio se estaba deteriorando mucho socialmente y no había locomoción colectiva cercana, lo que hizo que solo residiéramos en ella poco más de un año. Creo que el hecho que aceleró el cambio de vivienda fue un crimen muy extraño ocurrido a escasa distancia de nuestra casa, donde en un lote abandonado apareció el cadáver de una niña con evidencias de haber sido abusada y asesinada por un “sátiro” demente.
Nuestra nueva residencia, que sería nuestro hogar definitivo en Valparaíso, era un Departamento pequeño, de tres dormitorios situado en el 5to. Piso de un edificio esquinero, entre las calles Blanco y Edwards, construido después del terremoto de 1906, que destruyo casi toda la ciudad. Por eso había sido hecho “a prueba de terremotos”, al igual que casi todos los edificios cercanos, con unos anchísimos muros de “concreto armado” y con una tupida red de columnas de acero, como los rieles del ferrocarril, dentro de la estructura del cemento. El edificio no tenía ascensor de modo que subir y bajar diariamente por las escaleras era un excelente ejercicio. Por ser esquinero y tener unos balcones y pequeña terraza gozábamos de una espectacular vista a la Bahía de Valparaíso. Por atrás colindábamos con el “Hotel Iberia” que daba a la Avenida Brasil. A la par en la misma calle Blanco había otros edificios similares, en los que en sus plantas bajas y en sus bodegas operaban empresas importadoras de frutas, principalmente de bananos y piñas traídas desde Ecuador. Eso le permitía a nuestra madre comprar esas frutas muy baratas por lo que eran nuestros postres y bebidas más frecuentes. Cruzando la calle había otro edificio en cuyo último piso vivía una antigua amiga de la familia de mi madre, de origen serenense, doña Dolores Ripamonti del Rio, tía del entonces Senador por Santiago don Francisco Bulnes Ripamonti. Era una señora ya mayor que vivía sola con su empleada y a quien mis padres adoptaron como parte de la familia aliviando así su soledad. Cruzando la Avenida Brasil estaban el Hotel Lebell, la Biblioteca Santiago Severin y luego la Plaza de la Victoria, que era el corazón de la ciudad, con edificios muy emblemáticos como la Iglesia del Espíritu Santo, la Catedral, el Club Naval, el arzobispado y el Diario La Unión. Caminando hacia la Avenida Costanera, se encontraba la Escuela Industrial, a solo tres cuadras de nuestro hogar. Varias familias amigas vivían muy cerca: Frente al Hotel Iberia vivían los Jullian del Rio, cruzando la Avda. Brasil los Echeverría Valdés, a una cuadra por la misma calle Blanco el Dr. Marshall, que era nuestro médico de familia y frente a la Catedral el Dr. Massa , nuestro dentista. A unas ocho cuadras, en la Avda. Francia, Vivian nuestros tíos y primos, Valdivia Hernández.
En el plano social, siguió siendo una persona extraordinariamente participativa, alegre, gran conversador, buen bailarín y organizador de fiestas. Sus cumpleaños el 6 de Mayo y la celebración de “San Carlos” el 4 de Noviembre tenían una planeación de meses. Cuando vivíamos en Valparaíso en ese Departamento muy pequeño, de la calle Blanco y muy difícil para que algunos invitados subieran a pie cinco pisos, esas celebraciones las hacía en el Club Naval. En ocasiones, las hermanas le enviaban desde el Sur el pavo y otros ingredientes exquisitos. Mi madre se lucía preparándole su postre favorito de lúcuma con crema de chantilly y castañas confitadas. En el Club seguramente lo apreciaban mucho ya que le permitían hacer esa fiesta tan “sui generis”, aportando ingredientes y platillos traídos de la casa.
Para el Año Nuevo, era fijo que salieran a cenar de gala, con traje largo mi madre y smoking él, a un Club, Restaurante elegante o al Casino de Viña del Mar, donde culminaban la noche bailando con matrimonios amigos. De ida y regreso a Viña del Mar viajaban en bus de la locomoción colectiva vestidos de gala, al igual que otros matrimonios o parejas de Valparaíso.
Cuando nos trasladamos a Viña del Mar a un Departamento mucho más espacioso, en la Avenida Marina, tuvimos allí fiestas inolvidables con todo tipo de anécdotas graciosas, como cuando mi tío Jorge, hermano de mi mamá, descubrió que un jamelgo que tiraba una “Victoria”, en el Puente Casino, había sido su mejor yegua corralera en su época de Hacendado, y lloraba abrazado a ella, o cuando Carlos Bate, esposo de la prima Herta Trippel Lizama, despertó a todo el edificio cantando ópera al amanecer.
Era miembro muy activo del Club Naval de Valparaíso y del Club de Viña del Mar, donde periódicamente, principalmente los días Domingos, se juntaba a “echarse” un trago con los amigos, uno ellos, el más infaltable, el tío Emilio Castañón Salinas, primo de mi abuela materna Teresa Grebe Castañón. El tío Emilio era un personaje notable, tenía la profesión de odontólogo y había hecho carrera en la Armada como dentista. En una ocasión, en un viaje en el que transportaban en el “acorazado Latorre” al Presidente de la República, en esa época don Arturo Alessandri Palma, el famoso “León de Tarapacá”, este tuvo un ataque muy doloroso a una muela que el tío Emilio curó muy exitosamente. El Presidente quiso recompensarlo personalmente, pero el tío no lo permitió y solo le pidió que se reconociera el servicio odontológico de la Armada como una especialidad independiente en la medicina naval. Gracias a ello se creó dicho Servicio, en el que muchos años después el propio tío se jubiló con el grado de Vicealmirante. El tío era casado con Manuelita Robles Vía, y de este matrimonio descienden una familia de primos y sobrinos muy extendida, tanto en Chile como en Córdoba, Argentina.
Otra actividad social, durante varios años, fue el Club de Leones, en el que además de las actividades sociales se realizaba una labor humanitaria bastante activa. En el Club, llegó a ser Vicegobernador de la ´Zona Norte, que incluía desde Arica a Valparaíso, lo que lo hizo viajar por varias ciudades de Chile, visitando el trabajo que efectuaban los Clubes de Leones de cada ciudad o Provincia. De esta actividad nacieron amistades muy fuertes como con Carlos López Wolleter, entonces Tesorero del Arzobispo de Valparaíso, el futuro Cardenal Raúl Silva Henríquez, don Jorge Allard Piderit, padre de nuestros amigos Raúl y Sergio, Armando Fernández Velarde, Francisco Javier Díaz Salazar, Edmundo Eluchans, Beltrán Urenda, Víctor Tortello, Víctor Bolocco, Jorge Guarello entre muchos otros.
Las relaciones de amistad, una vez consolidadas eran para él casi tan fuertes como las familiares. Era un “amigo fiel de sus amigos” de afecto y confianza inalterables, en las “buenas y en las malas”. En una ocasión en que a don Víctor Bolocco se le presentó una situación de crisis de liquidez en su empresa importadora, mi padre sacó sus ahorros del banco y los depositó en la empresa de su amigo, por casi un año. En otra ocasión muy triste, en la que un hijo de Jorge Guarello perdió la vida haciendo andinismo en la Provincia de Cautín, nuestro padre se trasladó con su amigo al lugar de la tragedia, acompañándolo durante varios días, hasta que regresaron juntos con los restos del joven.
Le gustaba el juego, y disfrutaba mucho en el Casino de Viña del Mar, pero jugaba con medida, si perdía lo que tenía previsto se retiraba de inmediato y si ganaba algo trataba de retirarse con la ganancia, sin exponerse a perderla. Era también un asiduo comprador de Lotería siguiendo sus números preferidos. En una ocasión, en la que la familia estaba sufriendo una situación económicamente muy aflictiva la Lotería nos salvó. Habían comprado el Departamento de la Avenida Marina en Viña del Mar, que era un edificio considerado de lujo en esa época, frente al puente del Casino, mediante un sistema en que se compraba cuando el edificio aún estaba en planos, y la construcción se iba pagando en la medida que la obra constructiva se iba desarrollando. El control de los gastos lo tenía la comunidad de co-propietarios. El sistema parecía muy eficiente y más barato que los tradicionales. Lo que no estaba previsto era que a poco de iniciarse la construcción se vino una feroz devaluación monetaria e inflación que subió los costos enormemente.
Era el año 1955, durante el gobierno del General Carlos Ibáñez del Campo, yo ya tenía 13 años y escuchaba las conversaciones en voz baja de mis padres, en las que su preocupación era enorme, ya que no tenían ingresos suficientes para cubrir el alza en el precio del Departamento. Para ahondar el problema, cuando se iniciaron las obras de colocar los cimientos, empezó a salir agua en volúmenes cuantiosos, lo que encareció mucho más la construcción, ya que se requirió de costosos trabajos de ingeniería hidráulica no contemplados en los presupuestos originales. El peligro de perder todo lo invertido, cuyo origen era una herencia recibida por mi madre fruto de la venta de un fundo en Combarbala, era inminente. En ese contexto, tan preocupante y angustioso, un día al llegar del Colegio a almorzar, mi mamá me estaba esperando con una cara de misterio y felicidad enorme, y tomándome de la mano me llevó hasta el dormitorio matrimonial, donde me mostró un billete de Lotería que había sacado un tercer Premio Nacional. El monto era casi justa la cantidad de dinero que les hacía falta para solucionar el problema que habían venido sufriendo.
En Enero del año 1956, nos trasladamos de Valparaíso a Viña del Mar, al nuevo Departamento de la Avenida Marina. Yo me perdí la experiencia de la mudanza, porque precisamente en esos días me fui de Misiones a Chiloé con los curas del Colegio y compañeros de los otros Colegios de la Congregación de los Sagrados Corazones. El nuevo hogar era muy amplio y excelentemente bien ubicado. Al mismo edificio llegaron familias con las que entablamos una fuerte amistad y otras con las que ya teníamos una relación previa. Nuestro vecino inmediato, en el departamento contiguo, era el Dr. Luis Sigall, quien además de ser nuestro nuevo médico de familia se convirtió con su esposa en muy buenos amigos de nuestros padres. El doctor Sigall tenía una gran vocación social y era muy querido porque atendía gratis a la gente pobre, además de tener un trato muy afable con sus pacientes. Compartía también con nuestro papa el gusto por la música clásica y, algunos años después, fue elegido Regidor de la Municipalidad de Viña del Mar, posición desde donde impulso los Festivales Musicales que, después de su fallecimiento, tomaron su nombre. Recientemente uno de sus nietos, a quien conocimos cuando era niño: El joven empresario Felipe Cubillos Sigall fallecido en el accidente aéreo de la Isla de Juan Fernández, cuando lideraba una misión social de ayuda a las familias damnificadas por el terremoto de Febrero del 2010, se demostró como un digno heredero del espíritu emprendedor y generoso de su abuelo. Otro matrimonio vecino del edificio, muy amigo era el de don Miguel Sotomayor y su esposa Josefina. Él era Fiscal de la Corte de Apelaciones de Valparaíso y fue nuestro abogado de familia por muchos años. En el mismo piso vivía la Dra. Pfau Vicuña viuda del tío y padrino de matrimonio de nuestros padres el Dr. Jorge Grebe. Esta doctora era tía abuela de nuestra amiga de Costa Rica Silvia Tomic Vicuña. Otro vecino conocido era don Arturo Castillo, quien se había hecho amigo de nuestro papa durante la construcción del edificio, ya que era el que había liderado la pelea entre los compradores de Departamentos con la empresa constructora. Don Arturo era un empresario hotelero importante ya que entre sus Hoteles estaba el O’Higgins de Viña del Mar, por lo que catorce años después tuve con el también una relación de trabajo muy amistosa. En uno de los edificios vecinos tenía un Departamento el tío de mi madre Guillermo Geisse, el “tío Willy” con quien ella tenía una relación de afecto muy fuerte. En el sexto piso, vivía la señora María Mora de Velarde, con su hijo Pedro, quien algunos años después se convertiría en el esposo de mi hermana Carmen, dando origen a la familia Velarde Lizama.
Cruzando el puente Casino y a pocas cuadras vivía nuestra prima Silvia Trippel Lizama con su esposo Gastón Carmona Onfray y su hija Silvia. En la cuadra siguiente vivía la prima de mi madre María Cristina Barros con su esposo Gastón Gutiérrez y su hijo Gastón Enrique. Frente al casino estaba la casa de Elisita Garrigo Larenas y por la calle Von Schroeder se encontraba la de su madre doña Elisa Larenas, de Garrigo y marquesa de Canella. Al final de la calle Von Schroeder vivían los tíos Emilio Castañón Salinas con la tía Manuelita y sus hijos. En calle 10 Norte vivía la “tía Techa”, hermana de mi madre con su esposo el tío Sergio y sus hijos Cristian y Verónica.
Poco después de nuestro traslado a Viña del Mar decidió vender la casa que tenía en Santiago en la calle Capitán Orella y comprar una propiedad más moderna en Viña del Mar, para arrendarla y tener una renta adicional más segura. Era un chalet muy bonito en un condominio ubicado en la calle Von Schroeder, más o menos frente al Hotel Squadritto. Los primeros arrendatarios fueron una familia alemana de apellido Becker, recién llegada al país, que tenían una pequeña ferretería. A mí me encargo la tarea de cobrar la renta todos los meses, lo que me gustaba mucho porque las hijas del matrimonio alemán eran muy lindas.
Otra actividad que le gustaba mucho, y que se acentuó después de su jubilación, era “jugar en la Bolsa”. En la actualidad no se considera esto un juego, sino que una actividad profesional y financiera muy seria, en la que se han hecho grandes fortunas. Este juego se lo enseñaron algunos amigos, compañeros del Club de Leones, que eran Corredores de Bolsa, que lo aconsejaban muy bien acerca de cuáles acciones convenía comprar, cuando comprarlas y cuando venderlas. En sus últimos años de vida esta actividad era su mayor entretención y lo llevó a acumular un pequeño capital invertido en acciones de las principales empresas de esos años. La Bolsa de Comercio de Valparaíso, era la más antigua de Chile, y de Latinoamérica, y funcionaba en un hermoso edificio construido especialmente para ello, siguiendo el modelo arquitectónico de las grandes bolsas de comercio de Londres y Paris, solo que en tamaño mucho menor. No solo era un centro de negocios sino que también de vida social muy intensa, lo que explica la atracción que generaba. Las transacciones se hacían a viva voz, o mejor dicho a gritos, lo que daba la impresión de un salón de locos cuando uno entraba en las horas de funcionamiento.
15. Carmen Hernández Grebe: Su esposa y compañera

En el año 1940, nuestro padre tenía ya 34 años, edad en la que en esos años no era normal estar aún soltero, y no se conocían en lo absoluto con nuestra madre, que ya bordeaba los 28 años, lo que en una señorita de la época se consideraba que estaba quedándose “solterona”, solo para “vestir santos”. El milagro del “flechazo” se debió a que algunos amigos comunes se dieron cuenta que podían llegar a ser la pareja perfecta y se confabularon para que se conocieran, sin que ellos lo supieran. El evento ocurrió en una fiesta organizada en casa de los hermanos Gustavo y Carlos Silva Campo, en la que ambos fueron presentados y donde de inmediato congeniaron y se enamoraron. Estos hermanos “celestinos”, gracias a quienes existimos como familia descendiente, eran ambos originarios de Combarbalá, uno diplomático de carrera y el otro periodista.
El matrimonio se efectuó en la Hacienda Ramadilla de Combarbalá, lugar de gran significación para nuestra familia por el lado materno, al igual que Rere y Santa Fe lo son por el lado paterno. La Hacienda había sido adquirida por nuestro bisabuelo, don Lino Hernández Sierralta, en el S.XlX, a la familia Montalva, de la cual descienden los Presidentes de Chile Eduardo Frei Montalva y Eduardo Frei Ruiz Tagle. Fue una fiesta familiar que congrego a todas las ramas de la familia de nuestra madre, la mayor parte provenientes de La Serena, Ovalle, Illapel y el Norte chico pero a la que no pudieron concurrir los familiares de nuestro padre, ya que en esos años viajar desde el Sur de Chile al Norte chico era tan difícil y lejano, como es ahora hacer un viaje internacional a Europa.
Combarbalá y Ramadilla eran un lugar muy hermoso y rico. La ciudad era una de las consideradas más importantes del país por su carácter minero, donde el oro y el cobre se explotaban muy activamente. Además, la agricultura y la ganadería se daban muy bien.
El agua era abundante ya que el cambio climático no había convertido todavía esa región de Chile en una zona árida, como lo es ahora. Tal era el caudal del agua, de Rio que cruzaba la Hacienda, que al momento de salir de noche los recién casados con rumbo a Combarbalá, donde pasarían su primera noche de esposos, el automóvil que los llevaba un Ford T, quedó atrapado por la corriente del Rio en la Quebrada de Las Totoras, y tuvo que ser arrastrado por una yunta de bueyes en medio del gran alborozo y bromas de los hermanos de nuestra madre.

A pesar de provenir de dos mundos alejados, el del Sur de Chile y ella del “Norte chico” (así se denomina a la parte de Chile que forman las Provincias de Coquimbo y Copiapó), ambos tenían experiencias de vida muy parecidas. Nuestra madre, Carmen Hortensia Hernández Grebe provenía, por la línea paterna de una de las familias más antiguas y tradicionales de la Serena, vinculada a los fundadores de la ciudad en el periodo de la Conquista. Su bisabuelo don Mariano Hernández Callejas fue uno de los mayores mineros y agricultores de las provincias de Coquimbo y Copiapó entre fines del S. XVIII y el XIX, además de productor de aguardiente de uva, al que llamaban “pisco” debido a que en el periodo colonial ese producto se exportaba a través del puerto de Pisco en el Virreinato del Perú, del que Chile formaba parte como Capitanía General.
Don Mariano y sus hijos habían incrementado su fortuna en la minería de la plata en la Provincia de Copiapó.
Uno de sus hijos, y tío-abuelo de mi madre, don Luís Hernández Sierralta, fue el primer productor de Pisco que ganó premios internacionales, con el “Pisco Hernández” en Exposiciones Internacionales, en la Exposición Universal de Paris en 1889, además de otras en Buffalo, Buenos Aires, Quito y La Paz. La “Historia de las marcas en Chile” señala que una de la más antigua marca registrada en el país, al crearse el Registro Nacional respectivo, fue el “Pisco Hernández”. Estos premios obtenidos por nuestro antepasado han sido argumentos importantes en la disputa por “denominación de origen” que mantienen los pisqueros chilenos y peruanos, ya que en Perú no hay antecedentes de reconocimientos internacionales tan antiguos.
Por la línea materna, era bisnieta de Georg Grebe Engelhard, primer vicecónsul de Alemania en Osorno, y de Emilia Geisse Uhlrich, emigrantes alemanes y parte de las familias pioneras de la colonización alemana en Osorno y Puerto Mont. El padre de Emilia Friedrich Geisse había sido el primer pastor de la Iglesia Luterana en Chile. Su abuelo Francisco Grebe Geisse fue un exitoso empresario minero en la provincia de Coquimbo, en las ciudades de Illapel y Combarbalá.
Carmen nació en la Hacienda “El Islón”, una de las propiedades agrícolas más ricas de la Provincia de Coquimbo, situada a 21 km del centro de La Serena. En su niñez Carmen y sus hermanas fueron educadas en la casa de la Hacienda por una Educadora, la señora Emelina Molina Alcayaga, hermana mayor de Lucila Godoy Alcayaga, más conocida como Gabriela Mistral, la primer Premio Nobel de Literatura de Latinoamérica. Luego, apenas tuvo la edad para ser aceptada, fue enviada como interna al Colegio de los Sagrados Corazones, las Monjas Francesas de La Serena.

Al concluir sus estudios sus padres vivían alternadamente en La Hacienda y en una casa en La Serena, en la calle Prat , cerca de la Plaza de Armas, donde las hijas mayores disfrutaron de una vida socialmente muy activa pese a ser provinciana.
Sin embargo, la gran crisis de 1929 había golpeado muy duramente a su padre, don Lino Hernández Escobar, quien perdió en ella casi toda su fortuna personal. Como consecuencia debieron abandonar su lujosa y activa vida social de La Serena, para trasladarse a la pequeña ciudad de Combarbalá, donde les quedaban algunas propiedades agrícolas, entre ellas, la bucólica Hacienda “Ramadilla”. La ruina de don Lino fue muy traumática para él y su familia. De hecho el abuelo Lino cayó en un estado depresivo del que nunca se recuperó plenamente. Sin embargo su esposa, la abuela Teresa Grebe Castañón, demostró una gran fortaleza, inteligencia y cualidades para los negocios, lo que les permitió resolver los problemas con los bancos, liquidar los bienes que tenían en La Serena y reiniciar su vida de un modo más modesto en Combarbalá. Las propiedades que les quedaban en Combarbalá se habían salvado de la quiebra del abuelo gracias a que en el testamento del bisabuelo habían quedado inscritas a nombre de sus nietos, es decir nuestra madre y sus hermanos Hernández Grebe.

Tanto Carmen, como sus hermanas Cristina y Teresa no se acostumbraron a la monótona vida combarbalina, lo que las llevó a obtener el permiso de sus padres para trasladarse a Santiago. Carmen vivió varios años, hasta su matrimonio, en casa de sus tíos Manuel Barros Castañón y Rosaura Grebe Castañón, compartiendo con sus primos Barros Grebe y Grebe Hernández, que también vivían en Santiago. El tío Manuel era educador, abogado, profesor de Derecho Constitucional, diplomático, y además tenía una brillante carrera como político y servidor público que lo había llevado a ser Ministro de Relaciones Exteriores, de Comercio y de Hacienda en el Gobierno de don Carlos Ibáñez del Campo y Diputado por el Partido Radical, por lo que su casa era un sitio de una gran actividad política y cultural que a Carmen le fascinaba en sus años de soltera. Otro tío, don Abrahán Oyanedel Urrutia, casado con Ema Grebe Castañón, también hermana de su madre, era Presidente de la Corte Suprema y fue Presidente en ejercicio de la República a la caída del gobierno del General Ibáñez, durante un periodo breve de nueves meses, requerido para llamar a nuevas elecciones presidenciales. Otra hermana de su madre era casada con Carlos Walker Geisse, minero del Norte chico, con familiares muy vinculado al Partido Conservador, el principal partido político católico de la época, en el que su primo Horacio Walker Larraín era Senador.
Esta afición por la política y los temas públicos, estimulada por ese contexto familiar, venia de sus años más juveniles y adolescentes en La Serena, lo que mantuvo al trasladarse a Santiago, en los que había sido muy activa participando entusiastamente con sus amistades en el nacimiento de la Asociación Católica Juvenil, donde la ideas de las Encíclicas de los Papas León XIII y Pio X, la “Rerum Novarum”, y la “Cuadragesimo Anno”, en las que se exponía la Doctrina Social de la Iglesia, habían calado muy fuertemente en su mente y corazón. Entre esos jóvenes católicos amigos estaba José Piñera Carvallo, que con el correr de los años seria líder político muy importante de la Democracia Cristiana, así como Bernardino Piñera Carvallo, su hermano, que en los años 80s fue Obispo de La Serena. La amistad con José Piñera Carvallo, padre del actual Presidente de la República, se mantuvo por muchos años, gracias a que una de las mejores amigas de Carmen desde la niñez, Gabriela de la Maza, fue la Secretaria privada de toda la vida de este brillante hombre publico chileno, uno de los creadores de la Corporación de Fomento de la Producción, más conocida como la CORFO, institución a la que se debe casi todo el desarrollo industrial del país.
El mundo profundamente católico de ella vivía momentos de cambio notable en esos años. La crisis económica de 1929 había abierto los ojos a muchos sacerdotes y jóvenes, ante la profunda pobreza en la que vivía más del 70 % de la población del país, lo que era más acentuado aun en los trabajos mineros y de la agricultura, que sufrían de una explotación extrema.
El sacerdote Guillermo Viviani Contreras, Doctor de la Universidad Gregoriana de Roma, en su libro “Sociología Chilena”, publicado en Chile por la Editorial Nascimento el ano 1926, era uno de los primeros en describir esta situación con rigor científico y pasión religiosa. Este libro cuidadosamente empastado estaba en la biblioteca de mi padre y yo lo conservo en la mía.
Diez anos después, regresaba a Chile, desde la Universidad de Lovaina en Bélgica, otro sacerdote, el Padre Alberto Hurtado Cruchaga, con una visión semejante, que plasmó en su libro “¿Es Chile un país católico?”, en el que ponía en duda la sinceridad de los católicos chilenos ante su indiferencia por la pobreza de las clases trabajadoras.

También, en esa época el Obispo de La Serena era Monseñor José María Caro Rodríguez, un sacerdote muy querido por el amor natural que reflejaba en su vida y obras hacia los más pobres y que compartía las ideas de despertar la sensibilidad de los católicos ante la pobreza y las injusticias sociales. El Obispo, futuro primer Cardenal de Chile, vivía el mismo una ejemplar vida ascética, siguiendo al pie de la letra las enseñanzas de San Francisco de Asís. Como consecuencia de todos estos cambios, impulsados inicialmente por estos sacerdotes, se fundó primero la Acción Católica Juvenil de Chile, de la que su primer Presidente fue Ignacio Palma Vicuña y pocos años después la Falange Nacional, como el primer partido político cuyo programa básico era llevar a la realización la llamada doctrina social de la Iglesia. Para una joven tan católica sensible e inteligente, estas influencias captadas primero en la Serena y luego en su vida en Santiago, fueron determinantes.
Sin embargo no todas sus amistades juveniles eran de ese corte religioso. También tenía amigos, de su familia y vecinos cercanos de su casa en La Serena, como Gabriel González Videla que compartían estas preocupaciones por la situación social del país pero, desde perspectivas laicas, propias del Partido Radical, que se identificaba con ideas socialdemócratas laicas y en algunos aspectos algo anticlericales.
Este contexto llevó a nuestra madre a identificarse con la juventud católica, que posteriormente en 1935 dio origen a la “Falange Nacional”, el primer partido político social cristiano de Chile. Por el contrario, el resto de su familia “coquimbana” simpatizó siempre con el Partido Radical, con el que tenían una relación histórica ya que el bisabuelo’ y el abuelo habían sido compañeros y amigos de los fundadores de ese Partido en el S. XIX en Copiapó.
La educación de nuestra madre había sido la mejor a la que podía aspirar una señorita de familia en esos años. Realizó todos sus estudios como interna en el Colegio de los Sagrados Corazones de la Serena, llamado también como las “Monjas Francesas”, debido a que era dirigido por religiosas de esa nacionalidad. Era el mejor Colegio femenino de Chile.
Según le contaba a mis hijos en Costa Rica, sobre todo conversando con Pilar, le habría gustado continuar con una carrera universitaria, y ser escritora de cuentos para niños, pero en esa época todavía había muchos prejuicios respecto de esa posibilidad.
Al conocer a nuestro padre sus perspectivas de vida cambiaron completamente. De una posible líder de causas sociales y religiosas y hasta políticas, como la Acción Católica o alguna otra, pasó a convertirse en la esposa, madre y abuela ciento por ciento dedicada y maravillosa que sus descendientes hemos tenido la dicha de disfrutar.
Entre el “pololeo” y el noviazgo, hubo poco tiempo ya que congeniaron en todo. Eran dos personas muy educadas y cultas que disfrutaban mucho de sus conversaciones y de ambientes de personas como ellos. Asiduos de los espectáculos culturales, del incipiente cine de esos años, de las exposiciones artísticas, cada día descubrían nuevas afinidades. Una de ellas era la afición por los bailes, los dos bailaban muy bien y lo disfrutaban. En el caso de ella esta afición parece que era familiar, ya que sus hermanas Cristina y Techa eran eximias bailarinas. Muchos años después pude ver a la tía Techa, en Viña del Mar, quien pese a sus años era insuperable en el charlestón. La herencia provenía de su madre, nuestra abuela Teresa Grebe, a quien teniendo ella más de 70 años, le pregunte si en su niñez les enseñaban a bailar la jota española y, en lugar de responderme, se remango la pollera y ante mi asombro la bailo con gracia y elegancia.
El buen humor era compartido, eran de risa fácil y hasta se reían de ellos mismos.
Cuando recién se estaban conociendo, se preguntaron por sus respectivas familias, y al saber que el padre de ella se llamaba Lino y Serapio el de él, les dio un ataque de risa, por lo raro y escaso de esos nombres, y gozaban nuevamente cada vez que la recordaban y les contaban la anécdota a los amigos. Esta cualidad, la mantuvieron siempre y fueron innumerables las veces en las que los vi reírse hasta las lágrimas de algo que en otros matrimonios habría sido motivo hasta de congojas, como una ocasión en la que habiendo invitados a la casa mi mamá confundió la sal con el azúcar en la confección del plato principal. Aunque el plato estaba completamente incomible, los invitados no tuvieron más alternativa que sumarse al ataque de risa de los anfitriones. En otra ocasión, en Rancagua, en la que para una “once” a la que habían amistades invitadas, ella hizo pan amasado, pero le falló la dosis de levadura y polvos de hornear, lo que hizo que los panes estuvieran durísimos, por lo que el mejor uso que se les dio fue para un improvisado juego de tirarse los panes de un extremo a otro de la mesa en medio de un jolgorio generalizado.
Tampoco recuerdo haberlos visto pelearse, ya que siempre hubo un respeto mutuo inalterable. Y no era por falta de carácter, ya que ambos poseían personalidades fuertes. Cuando nuestro padre llegaba enojado por algún problema del trabajo, se le notaba y no podía ocultarlo, pero ella con prudencia y diplomacia trataba de ayudarlo a olvidar o a cambiar de temas de atención. Ella decía que cuando había problemas lo que teníamos que hacer era “echarnos las penas al hombro”, un popular dicho campesino que significaba que había que cargarlas, pero seguir caminando. En una ocasión en la que llegó muy enojado a almorzar al Departamento en Valparaíso, por algún problema en la Escuela Industrial, el plato de comida que le sirvió la empleada estaba ya frio, lo que terminó por exasperarlo, arrojándolo violentamente al suelo. En la mesa, nuestra madre, que se sentaba al frente en la otra cabecera, no dijo nada pero muy ceremoniosamente tomó un plato de servilletas y lo lanzó al suelo igualmente. El quedó un momento sorprendido y luego no pudo contener la risa, pasando en pocos segundos de un estado de gran enojo y ofuscación al otro extremo.
En lo que tenían desacuerdos era con la comida, sobre todo por ciertos platos “sureños” que para mi padre eran deliciosos, pero que no formaban parte de la cocina tradicional de ella. Platos como las “guatitas”, el “cochayuyo”, el “luche”, el “ulte”, las “criadillas”, los “chinchulines”, las “prietas”, entre los que me recuerdo, eran la desesperación de ella y de los hijos. La solución salomónica, impuesta por ella, fue que cada cierto tiempo se preparaba un plato de esos, una vez al mes alternándolos. Ella y nosotros nos comíamos disciplinadamente esas “exquisiteces” que el saboreaba feliz como los más deliciosos manjares. Obviamente, nunca le dijimos que no nos gustaban.
En la política tenían acuerdos y desacuerdos, pero nunca los vi discutir ni conversar sobre ello. En realidad el detestaba la política, por su carácter extremadamente independiente, mientras que a ella le gustaba mucho. Es muy probable que en sus primeros años de noviazgo y matrimonio hayan coincidido plenamente. El cómo profesor de Estado debe haber coincidido coyunturalmente con las ideas del Partido Radical y el Frente Popular de 1938, que llevó a la Presidencia a don Pedro Aguirre Cerda con el lema “gobernar es educar”. Ella, nieta y bisnieta de fundadores del Partido Radical, viviendo en casa de un ex Diputado Radical, y con la mayor parte de sus amigos de juventud radicales y falangistas participando en esos gobiernos, seguramente las compartía y ello tiene que haber formado parte de sus conversaciones de pololeo y noviazgo.
Un primo muy querido de ella, Carlos Grebe Hernández era dirigente político activo en las juventudes del Partido Radical e hizo una brillante carrera en el servicio público que culminó como Subsecretario de Economía y Gerente de la Sociedad de Fomento Fabril, la SOFOFA. Su prima Alicia Grebe Walker era casada con el Ingeniero español Víctor Pey, el mejor amigo del Ministro de Salud del Gobierno, el joven Dr. Salvador Allende; y su hermana Cristina casada con el alemán Otto Reuter, que también era socio y amigo del mismo Dr. Allende, formaban parte de su entorno cercano de relaciones. La otra hermana Zunilda, era casada con Orlando Álvarez Bonilla, uno de los dirigentes políticos más respetados, por su gran consecuencia y honradez, del Partido radical en la Provincia de Coquimbo.
En 1938, ambos votaron por el Frente Popular de don Pedro Aguirre Cerda y lo mismo ocurrió en la elección de 1942 que llevo a la Presidencia a don Juan Antonio Ríos. En la elección siguiente, en 1946, ella tuvo que elegir, entre votar por sus ideas socialcristianas encarnadas en el Dr. Eduardo Cruz Coke y el peso de sus relaciones familiares serenenses, representadas por su amigo de juventud, Gabriel González Videla, las que al final tuvieron más peso.
En 1952, se separaron por primera vez, el votó por el General Ibáñez, quien ganó, que representaba un deseo de cambios respecto de los gobiernos radicales que se habían desgastado. Ella se mantuvo fiel a sus ideas y a sus raíces coquimbanas votando por don Pedro Enrique Alfonso Barrios, pariente cercano de sus cuñados Orlando Álvarez, Inés, Sergio y Raúl Valdivia Barrios, y al que además apoyaba la Falange Nacional. En esa campaña electoral nuestra madre ocupó un alto puesto´, como “Jefe de las mujeres Alfonsistas” en la ciudad de Valparaíso, siendo esta la única ocasión en la que pudo aplicar su vocación política plenamente.

En 1958, nuevamente votaron diferente, él por el ganador don Jorge Alessandri, el candidato de la derecha liberal conservadora y ella por Eduardo Freí Montalva, el candidato social cristiano, que perdió en esa ocasión. Hago esta relación, no solo por enfatizar el que ambos, y en especial ella, vivían intensamente los temas nacionales, sino que sobre todo para destacar el gran respeto mutuo que se profesaban y la total independencia intelectual que tenían en estas materias.
El respeto y cariño de mi padre hacia su esposa era casi reverencial, y se lo comunicaba con mucha naturalidad a otras personas, familiares o no, cuando hablaba con orgullo del éxito de su matrimonio. El respeto y cariño por su propia madre, doña Juanita Poblete, por su esposa y por su suegra la abuela Teresa, hacia que cuando hablaba de ellas adoptara siempre un tono muy serio destacando sus virtudes y lo importante que era el que los hijos respetaran siempre a sus madres. En mi álbum de nacimiento puso un recorte de un periódico con la oración que el Obispo Ramón Ángel Jara había dedicado en Mendoza a una madre argentina, llamado “Retrato de una madre”, que es la obra más perdurable de este notable sacerdote chileno, que se recita y publica hasta el presente en muchos países con motivo de la celebración del Día de la Madre.
Había también de su parte un especial cuidado por la salud de su esposa y porque no se viera obligada a tareas pesadas en el hogar. Siempre se preocupó en que tuviera empleadas de servicio, una por lo menos y recuerdo que dos durante la estadía en Rancagua. El origen de esta preocupación se remontaba a los primeros años de niñez de ella. De las hermanas y hermanos Hernández Grebe, Carmen fue la que heredó más nítidamente los rasgos hispánicos de los Hernández. Mientras en sus hermanos y hermanas predominaban los rasgos alemanes de los Grebe Geisse, rubios, grandes y fuertes, nuestra madre era de pelo negro, de rasgos muy finos y estilizados, y de cuerpo extremadamente delgado en su niñez y juventud. Su salud era delicada y motivo de fuerte atención de sus padres y familiares, que siempre la cuidaron con preferencia, que a veces pudo parecer excesivo. Nuestra tía Inés Valdivia Barrios de Hernández nos contaba a sus hijos y nietos en Ramadilla, con el gran regocijo y humor que la caracterizaba, que cuando nuestra madre llegaba a la Hacienda en vacaciones era “tratada como una princesa”, a la que no se permitía ningún esfuerzo o trabajo que los otros hermanos y primos si tenían que hacer. Esto posiblemente se acentuó después del fallecimiento por tuberculosis de la prima más querida de ella la “chaguita” Grebe Hernández, ya que en esos años las enfermedades pulmonares generalmente terminaban con la vida de los enfermos. Esta desgracia familiar fue muy dura para todos y su primo el Dr. Guillermo Grebe Hernández se especializo por ello en enfermedades pulmonares. La delgadez de nuestra madre hacía temer que a ella le pudiera ocurrir lo mismo que a su querida prima “Chaguita”.
Al conocerla y casarse con ella nuestro padre recibió esos temores y consejos y asumió ese mismo rol protector de su salud. El año 1946, cuando yo tenía cinco años de edad y mi hermana menos de un año, se enfermó de una grave bronco pulmonía, que la tuvo varios días al borde de la muerte, lo que casi volvió loco a su esposo y que hizo que toda la familia, incluido el primo médico, se trasladara a acompañarnos en Rancagua. Como niño solo recuerdo la casa muy oscura y un ambiente de silencio y hablar susurrante de los familiares y amigos que llegaban a preguntar y rezar por su salud. Milagrosamente despertó un día del semicoma en que se encontraba iniciando una rápida recuperación que a todos asombró. A decir verdad lo del milagro debía ser compartido con los avances de la medicina y el apoyo del primo Guillermo, que se había convertido en una eminencia médica en asuntos pulmonares con reconocimiento incluso internacional en Estados Unidos. Algunos años más tarde, en Valparaíso, tuvimos otro gran susto cuando contrajo una grave pleuresía que también nos hizo temer por su vida. Desde entonces, su salud se fortaleció y le permitió llegar hasta cumplir los 100 años dando un notable ejemplo de longevidad y de vida feliz, gracias a los cuidados que le proporcionó nuestra hermana Carmen y su familia Velarde Lizama.

Durante sus cincuenta y un años de viudez, la débil y “regaloneada” mujercita, se convirtió en una mujer extraordinariamente fuerte, en espíritu y salud física, que terminó de formar y educar a sus hijos, como “padre/madre”, y que fue un valioso apoyo de los tres hijos, nueras y yerno, en la crianza y cuido de sus nietos, en España, Chile y Costa Rica.
Otro tema importante de su matrimonio fue la firme convicción de ambos, de que el matrimonio era un compromiso para toda la vida. En parte por sus creencias religiosas, sobre todo de ella, pero me parece que era más profundo que eso, ya que la fortaleza de su matrimonio estaba fundamentada principalmente en el amor y confianza que se tenían y en su sentido de honor y ética respecto de los compromisos que adquirían. Por ello les dolió mucho la separación del abuelo Lino con la abuela Teresa, que fue unilateral, puesto que él abandonó a su esposa por una señora más joven. Igualmente cuando ocurrió lo mismo entre la tía Cristina y su esposo Otto Reuter. En ambos casos ellos se solidarizaron con las mujeres abandonadas y, a pesar del gran cariño que tenían por el abuelo Lino, dejaron de verlo. Algunos años después, en un viaje a Santiago mi mamá me llevó a dar un paseo por la Plaza de Armas y, como si fuera casualidad, nos encontramos con el abuelo que vivía en un Hotel cercano. Conversaron un buen rato, el abuelo le dio el pésame por su viudez y se despidieron. Fue la última vez que mi madre lo vio vivo al abuelo, la siguiente fue solo el día de su funeral.
Otro ejemplo de esta visión que tenían sobre el matrimonio como unión permanente, y de la imagen que proyectaban como esposos modelo, se dio cuando una prima muy querida de nuestra madre, María Cristina Barros von Rommada, entró en crisis en su matrimonio con su esposo Gastón Gutiérrez, en esa época Capitán de fragata de la Armada. Fueron muchas las veces en que ambos llegaron a hablar con nuestros padres para que los ayudaran a resolver sus desavenencias y a recomponer sus relaciones conyugales. Lamentablemente las diferencias entre ambos resultaron ser más fuertes que todos los esfuerzos y terminaron divorciándose, lo que les causó a nuestros padres un gran pesar.
16. Las vacaciones

Las vacaciones de verano jugaron un rol muy importante en nuestra niñez y adolescencia. No solo lo eran por el motivo del descanso de mi padre, que las necesitaba, debido a la intensidad de su trabajo, sino que por ser ocasión de encuentro con el resto de la familia, con los abuelos, tíos y primos. La inmensa cantidad de tíos y primos que conocí y con los que yo y mis hermanos aun nos relacionamos, de todas las ramas, como los Hernández, los Grebe, los Geisse, los Castañón, de la línea materna y los de la muy prolífica familia Lizama los conocimos gracias a esas vacaciones.
Las primeras de estas vacaciones fueron a la Hacienda Ramadilla en Combarbalá. Entre los parientes que enviaban a sus hijos estaban todas las ramas familiares. En realidad Ramadilla era un centro de veraneo familiar desde que el bisabuelo adquirió la propiedad a fines del S.XlX. Al respecto hace pocos años mi primo Gustavo Hernández Valdivia, que fue el último pariente propietario de la Hacienda Ramadilla, estuvo promoviendo a Combarbalá como una ciudad chilena, debido a que en un medio de comunicación se había mencionado que un funcionario del Servicio Nacional de Turismo había dicho que era un lugar de Estados Unidos, lo que provocó gran indignación entre los combarbalinos. Mi primo, que es un “huaso combarbalino” muy insistente, logró que uno de los Programas Culturales más prestigiosos de Televisión Nacional hiciera un gran reportaje histórico, costumbrista y folklórico sobre Combarbalá y tuvo como huéspedes en la casa de la Hacienda a todo el equipo de profesionales del Canal. La directora ejecutiva del Programa era de apellidos Valdivieso Hernández , quien hizo varias tomas en diversos lugares de la propiedad, entre ellas un “clip” muy bonito, que lo repiten mucho en la señal internacional, en el que aparece Gustavo haciendo un ejercicio ecuestre tradicional llamado “juego de riendas y espuelas” con su caballo “corralero”. Al regresar a Santiago la Directora del programa le mostró a su mamá, una señora de casi 90 años, algunas de las tomas que había filmado y para su sorpresa ella le dijo “yo conozco ese lugar, allí pasaba mis vacaciones cuando niña”. La señora era una prima lejana de mi mamá, curiosamente del mismo nombre, Carmen Hernández, viuda del diplomático Gustavo Valdivieso Guillén tío de nuestros amigos Jorge, German, Luís y Alejandro Molina Valdivieso.
Por ello, los primeros dos años de mi vida las vacaciones fueron en la Hacienda Ramadilla, en Combarbalá. Obviamente, no recuerdo nada de ellas, pero hay fotos que lo demuestran, en las que aparezco de bebé en brazos de mi abuela Teresa Grebe, de la tía Inés Valdivia o del tío Oscar Hernández Grebe.
Si recuerdo las de a partir de los tres años de edad, también en Ramadilla y en los Fundos “Las Tinajas” y “El Maitén”, que administraba el tío Lino. Mi padre nos acompañaba unos días y luego se regresaba a Santiago, Rancagua o Valparaíso´, ya que sus obligaciones como profesor o Subdirector no le permitían disfrutar más allá de unas dos semanas.
La vida en el campo era fascinante para los Lizama Hernández y para los primos santiaguinos que nos juntábamos en esas vacaciones con los primos “huasos”, hijos de los tíos Oscar y Lino. En aquellos años, el cambio climático todavía no se daba en todo su rigor y en esos Fundos y Hacienda combarbalinas había una riqueza agrícola importante. Eran tierras muy buenas productoras de trigo y de forraje que permitía la producción de ganado vacuno lechero. Había también una mina de oro, con unos túneles muy profundos, a los que se penetraba con unos carritos sobre rieles en los que se extraía el material. Según decían era un filón de oro muy rico que nunca se acababa pero que requería hacer cada vez más profunda la perforación. El trabajo de la mina era muy duro por lo que siempre se le dejaba a algún pariente de los económicamente más necesitados. Cuando visitábamos la mina en las vacaciones solo nos adentrábamos unos pocos metros ya que nos daban miedo esos socavones oscuros.
El abuelo Lino tenía, además una pequeña fábrica de “shampoo de Quillay”, que se vendía como algo muy apreciado en las perfumerías y peluquerías de Santiago. Los rodeos eran muy vistosos y se celebraban en la “medialuna” de “La Haciendita”, que era una hijuela muy fértil y hermosa de la Hacienda Ramadilla, que le gustaba mucho a mi mamá. Las “trillas a yegua” eran también una celebración muy alegre, a las que llegaban centenares de huasos de la zona. Tengo en mi memoria grabada una de esas trillas que se efectúo frente las casas patronales de Ramadilla.
Un año que veraneamos en la Hacienda “Las Tinajas”, tanto a mí como a mi hermana Carmen no nos gustaba, posiblemente porque la casa era más pequeña que la de Ramadilla y no teníamos primos de nuestra edad para jugar. No sé por qué se nos ocurrió que Ramadilla estaba al otro lado de un cerro que se veía desde la casa y que si nos dirigíamos por un camino en esa dirección llegaríamos fácilmente. Creo que tendríamos seis y tres años de edad, y tomados de las manos iniciamos el camino sin decirle a nadie. A unos campesinos que nos vieron en el cerro les extrañó vernos solos y fueron a avisar, lo que provocó un gran revuelo familiar, además de una rápida operación de salir a buscarnos. Me imagino que no alcanzamos a llegar a más de un kilómetro en nuestro primer viaje de aventura.
A partir de mis ocho años de edad, empezamos a alternar esas vacaciones en Ramadilla, con viajes al sur de Chile, principalmente a Pitrufquén, a la casa de la tía Teófila Lizama. La tía era todo un personaje, había quedado viuda joven y vivía sola en su Quinta a orillas del río Toltén. Era una casa sencilla pero confortable, tenía una plantación de manzanas, criaba cerdos, gallinero y una huerta muy primorosa en la que cultivaba todo lo que necesitaba. Tenía también, entremezclado con la huerta, un jardín que cuidaba con esmero. Abundaban las frutas, como las cerezas dulces, las guindas acidas, los duraznos, las ciruelas verdes y negras, así como las frutillas y las moras silvestres.
La primera vez que fuimos, nos impresionó desde el primer momento, ya que nos estaba esperando en la estación del tren, con su ”cabrita”, que ella misma dirigía, en la que nos llevó a su casa. La “cabrita” era en realidad una “calesa de dos ruedas”, que es un vehículo alto de dos grandes ruedas, con capacidad máxima para unas cuatro personas, tirado por un brioso caballo negro, vehículo que la tía Teófila manejaba con destreza.
No recuerdo cuantos veranos pasamos con la tía Teófila, ya que fueron varios. El primer domingo, después de nuestra llegada, mi mamá nos vestía muy formalmente e íbamos al cementerio de Pitrufquén a limpiar la tumba de los abuelos Serapio y Juanita y a dejarles flores. Luego, a lo largo de los días íbamos visitando casas de familias amigas y especialmente al tío Salvador, hermano mayor de mi padre. Otra visita importante era a la vecina ciudad de Gorbea, donde la tía Orfelina Lizama, en la que nos quedábamos varios días. En una ocasión viajamos con mi madre hasta Valdivia donde visitamos a la prima Marta Castro Lizama de Berger y su familia.
En Pitrufquén disfrutábamos mucho, ya que para niños de la ciudad el disponer de una Quinta para nuestros juegos era una fuente inagotable de emociones. Bajando de la casa de la tía teníamos el río Toltén, uno de los más torrentosos, caudalosos y peligrosos de Chile, pero que justo en ese lugar hacia un “codo”, donde había aguas mansas en las que aprendimos a nadar rudimentariamente. A mi madre le gustaron esas vacaciones y de hecho pasamos más vacaciones en Pitrufquén que en Ramadilla.
Como en la casa de la tía no había tina con agua caliente corriente para bañarnos mi mamá nos llevaba quincenalmente a unos baños públicos que tenía una señora alemana en el pueblo, y también un par de días antes de regresar a Rancagua o Valparaíso. Los demás días el baño era a “manguerazos” de agua fría en el jardín. Otro paseo que disfrutábamos mucho era cuando luego de la cosecha de manzanas íbamos en carretón con los sacos y un tonel al molino donde se hacia la famosa chicha de manzana. El tonel era muy grande, posiblemente de unos cien litros, pero el jugo era tan delicioso que casi nos lo tomábamos todo, antes que comenzara a fermentar para convertirse en chicha.
En uno de los primeros viajes, hicimos escala en Renaico, para visitar a la tía Raquel Lizama que vivía con su hija Ketty Trippel Lizama, en un fundo en esa localidad. Nuestra prima Ketty había quedado viuda muy joven del agricultor Germán Larenas, con quien había tenido dos hijos y hacia poco tiempo que se había casado en segundas nupcias con Mario Rosselot.
En otra de esas ocasiones mi padre invitó a su suegra, la abuela Teresa Grebe, quien le aceptó de inmediato y viajó con nosotros al Sur. Para la abuela Teresa, eso era también una oportunidad de visitar a sus primos y sobrinos “chileno-alemanes” del Sur. Gracias a ello, pude conocer a la tía abuela Sidonia Geisse en Temuco y a mis primos lejanos los Finsterbush Geisse. En otro viaje, la abuela me llevo a la ciudad de Victoria, donde vivían los papas de tío Otto Reuter, esposo de la tía Cristina Hernández. Pero lo más interesante es que la abuela Teresa y mi padre, se descubrieron mutuamente como excelentes compañeros de viaje, ambos muy conversadores y con temas comunes de interés y aficionados a los juegos de mesa. Fue así como, en dos años, ellos tomaron la decisión de irse juntos de paseo por el Sur de Chile, incluyendo en esos viajes una estadía reparadora en las Termas de Tolhuaca.
En una de las últimas vacaciones de Pitrufquén hubo una anécdota que preocupó a mi madre. En aquellos años, el valor de las tierras agrícolas en esa zona era muy bajo. Un pequeño Fundo, de unas quinientas hectáreas, tenía un valor inferior al de una casa de clase media en Santiago. Muchas personas y parientes, al ver que íbamos casi todos los años a vacacionar, empezaron a ofrecerle tierras a mi padre, para que dejase el trabajo de profesor y se hiciera agricultor. Mi padre no les hizo caso, pero la insistencia se mantuvo, y en una ocasión le ofrecieron una propiedad extraordinaria, por su belleza y riqueza agrícola. Era un Fundo de propiedad de un “Lonco”, o Jefe Mapuche, a orillas también del Río Toltén, que se lo vendía a un precio muy atractivo. Recuerdo las conversaciones en las que se pesaban los pros y los contras de esa decisión y la angustia de mi madre, de imaginarse la vida muy primitiva a la que la familia se tendría que adaptar, ya que ambos eran personas citadinas, acostumbradas al confort moderno. Creo que esta experiencia le quitó a nuestra mamá parte del entusiasmo en las vacaciones en el Sur de Chile, las que se fueron espaciando y haciéndose más breves.
En otra ocasión, viajamos a Talcahuano, a visitar una prima de mi madre, María Cristina Barros que estaba casada con un Oficial de la Armada, Gastón Gutiérrez, lo que nos permitió conocer también la Isla Quiriquina, en la que otro primo de ella, también oficial de la Armada, Alfredo Barros Grebe, fungía como Director de la Escuela de Grumetes.
Todos esos viajes eran en tren, lo que de por sí constituía una de las partes más atractivas de las vacaciones. En esos años Chile estaba unido de Norte a Sur, desde Iquique hasta Puerto Montt, por una extensa red ferroviaria y de Este a Oeste por una red de Ramales ferroviarios que llegaban a todas las ciudades importantes en los valles transversales. Para ir a Combarbalá tomábamos el moderno tren eléctrico de trocha ancha que hacía la ruta entre el Puerto y Santiago. A mitad de camino, en La Calera, teníamos transbordo para tomar el automotor al norte. Este era un tren tipo automotor con motores de diésel, de vagones muy pequeños pero de apariencia más moderna, que nos llevaba más o menos en unas siete horas hasta Combarbalá. Como la línea férrea era de trocha angosta, de un metro de ancho, y había partes de muchas curvas en subida, cruzando cerros y quebradas profundas, eran frecuentes los descarrilamientos que alargaban la duración del viaje algunas horas más. Sin embargo, a los niños esto no nos desanimaba sino que, por el contrario, nos emocionaba y formaba parte de la aventura. Nuestra madre preparaba un “cocaví”, que incluía un pollo asado, sándwich de jamón o pollo con palta y tomates que ella misma preparaba en el tren, y que llevaba en una canasta de mimbre. Otras familias hacían lo mismo y a veces intercambiábamos alimentos. Las bebidas las comprábamos en el tren, que tenía servicio de Restaurante. En los viajes al sur los trenes eran de mayor tamaño, y de tracción a carbón, lo que le daba un olor muy especial a las estaciones. Cuando fuimos más grandes nos daba vergüenza el “cocaví” y empezamos a pedir que nos llevaran al coche comedor, lo que al fin logramos. Comer en el “coche-comedor”, era una experiencia gastronómica deliciosa ya que los cocineros de la empresa de los Ferrocarriles del Estado y los mozos que atendían eran de los mejores de Chile. La experiencia era el equivalente a viajar en la primera clase de un avión en la actualidad.
En el primer viaje a Pitrufquén, íbamos en un coche dormitorio durmiendo y fuimos despertados por fuertes frenazos y cambios de marcha, hacia adelante y hacia atrás, en la madrugada. Al abrir la ventana, para saber que pasaba, vi por primera vez a los mapuches, que rodeaban el tren con sus vestidos típicos vendiendo sus productos a los pasajeros. Estábamos en el Ramal de San Rosendo, la Estación donde una parte del tren se separaba de la otra, una siguiendo hacia el Sur y la otra hacia Concepción.
Desde mediados de los años 50s, empezamos a quedarnos durante las vacaciones en Valparaíso, donde con Viña del Mar a la par, era muy entretenido para los adolescentes. De hecho, a nuestros Departamentos de Valparaíso y Viña del Mar, llegaban en el verano visitas familiares o de amigos de nuestros padres. A pesar de lo pequeño del Departamento de Valparaíso siempre había espacio para estas visitas bienvenidas. Recuerdo la visita de los Astudillo desde Rancagua o los Marques de Acevedo desde Brasil, y los Ravinet de la Fuente, que llegaban a Viña donde sus abuelitas, con los que íbamos a las fiestas bailables de los sábados veraniegos en el Club de Viña. Igualmente algunos primos de nuestra edad como los Barros Palacios y los Barros Cresta y los Barros Buxton.
Cuando nos trasladamos a Viña del Mar, al departamento de la Avda. Marina, el peso de la deuda hipotecaria era muy alto y mi padre, luego de conversarlo con su esposa, decidió arrendarlo durante los meses de verano (enero y febrero). En aquella época las familias pudientes de Mendoza, Argentina, empezaban a tener la costumbre de veranear en Viña del Mar, donde como no había suficientes hoteles, preferían alquilar casas o departamentos grandes. Era un buen negocio porque lo que pagaban los argentinos por un mes era equivalente al arriendo ordinario durante un año completo. Mientras alquilábamos el departamento, nos alojábamos en una pensión viñamarina o de Valparaíso, donde pasábamos el verano un poco incómodos, pero muy felices ya que estábamos disfrutando de las vacaciones en el corazón turístico de Chile, que era y sigue siendo Viña del Mar. Para mi madre era también un gran descanso, por cuanto durante dos meses se olvidaba de las obligaciones de administrar una casa.
Después del fallecimiento de nuestro padre, mi madre continuó alquilando el departamento en los veranos a familias argentinas y aprovechando para visitar a sus hermanas y parientes en Santiago u otros lugares de Chile. En uno de esos veranos, nos fuimos a Los Andes, donde el tío Lino tenía un lindo fundo cordillerano. En otra ocasión, fuimos a Rengo, donde el tío Sergio Valdivia era Gerente del Banco del Estado y la prima de mi madre, María Teresa Geisse de Larraín tenía un Fundo. Algunos veranos también los pasamos en Santiago, en casa de alguna de las hermanas de mi madre o de la tía Eva Lizama, que tenía una hermosa casa en la calle Sucre de Ñuñoa.
17. La educación de los hijos

La educación de los hijos era posiblemente el tema más importante de Carlos y Carmen. Me los imagino conversando largas horas, durante el pololeo, noviazgo y los años de matrimonio. Al provenir los dos de familias de agricultores, donde había antecedentes de muy buena fortuna, de riqueza familiar pretérita, pero que en épocas difíciles se podía esfumar fácilmente, el tema de tratar de formar hijos, bien educados y capaces de desenvolverse en la vida, era muy recurrente. Siendo él profesor, el tema lo obsesionaba. El tenía una gran admiración por la enseñanza pública, sobre todo por las grandes instituciones educativas públicas de Santiago, como lo eran el Instituto Nacional, el Liceo e Internado Barros Arana, el Valentín Letelier y el Lastarria, donde algunos de sus compañeros de juventud eran rectores y profesores. Sin embargo, ella quería una educación igualmente buena para sus hijos, pero fuertemente católica, y recelaba de los Liceos públicos donde existía un sentimiento anticlerical. Nunca discutieron delante de los hijos al respecto, pero la decisión la ganó ella al lograr que ingresáramos a los Colegios de la Congregación de los Sagrados Corazones, los Padres Franceses de Valparaíso, yo y Pancho, y nuestra hermana Carmen a las Monjas Francesas. Era la misma Congregación en la que ella había estudiado en La Serena. La decisión era además difícil para ellos por cuanto mientras la educación pública era gratuita, la privada en ese Colegio, tenía un costo elevado que los obligaba a llevar una vida en la que no podía haber lujos ni gastos superfluos. Los hijos nunca nos dimos cuenta del gran esfuerzo económico que hacían. Durante los seis años que vivimos en un quinto piso de un edificio sin ascensor, nunca les escuchamos alguna queja excepto bromas acerca de lo bueno para la salud que era el ejercicio de subir y bajar las escaleras varias veces al día. Tampoco nos pareció extraño no tener automóvil, ni que nunca hubieran viajado fuera del país.
Pienso que él, al comienzo, no estaba muy convencido sobre la elección de los Colegios, pero con el correr de los años se dio cuenta de la gran calidad académica y humana de ambos, que en esos años aún conservaban profesores provenientes de Francia y Bélgica, de enorme preparación y vocación por la enseñanza, además de profesores chilenos, sacerdotes, monjas y laicos elegidos con criterio muy selectivo en cuanto a sus requisitos.
La Congregación de los Sagrados Corazones, tenía valores muy especiales. Fue fundada en la clandestinidad durante los días más antirreligiosos de la Revolución Francesa y sus miembros tenían una orientación eminentemente misionera que la volcaron durante el S.XlX a atender los lugares donde más difícil era llevar la religión católica, a los enfermos y los indígenas más pobres, como en Asia, África y Oceanía.
En las guerras de liberación de África y Asia muchos de sus miembros fueron mártires de la Fe. En Oceanía, la obra del Padre Damián de Veuster, ahora San Damián, que murió dedicado a la atención de los leprosos de Molokai, era el símbolo más representativo de esta vocación misionera de la Congregación. Por un azar histórico, en 1837, al pasar por Valparaíso rumbo a las colonias francesas de Asia y Oceanía, un grupo de estos misioneros fue convencido por don Diego Portales de fundar un Colegio en la ciudad. En esos momentos Valparaíso venía saliendo muy maltrecho de una epidemia de cólera en la que la labor de estos sacerdotes había sido providencial. El espíritu misionero los llevó a asumir ese reto con un enorme entusiasmo y mística, al extremo que, al poco de fundado, el Colegio era reconocido como el mejor de Chile y su fama trascendió a otros países, llevando a la Congregación a tener que fundar colegios similares en casi todos los continentes donde tenían presencia. La Congregación le infundio a sus Colegios un sello muy característico que hace que sus exalumnos se sientan muy unidos a su “alma mater” por toda la vida y con un perfil que nos hace identificarnos fácilmente aunque no hayamos sido contemporáneos o de la misma ciudad o país. He conocido a exalumnos de otros Colegios de los SS.CC de Chile, de Perú y de España y al poco rato idénticas temas comunes y recuerdos parecidos. Por eso, muchos años después, en 1988, cuando tuve la suerte de conocer Bruselas con motivo de una visita oficial en mi calidad de funcionario del gobierno de Costa Rica, al terminar el programa oficial de reuniones, lo que hice, en lugar de un tour por esa bella ciudad, fue buscar y visitar la Iglesia donde descansan los restos del Padre Damián.
Recordando los años de colegio me asombro todavía del altísimo nivel que tenían algunas asignaturas. En temas como Matemáticas, Química, Física, Biología, lo que se nos enseñaba excedía en mucho los mínimos del programa oficial. Lamentablemente, yo odiaba esas materias y solo me recuerdo las de Biología, en la que el Cura Jean Paul nos enseñaba utilizando el libro “Traité de Anatomie Humaine” de Testut, como libro guía, que era el mismo que se utilizaba en la cátedra de anatomía de la Universidad. En Química nuestro profesor el Dr. Della Valle era un científico italiano de altísimo nivel académico, que también enseñaba en las Universidades Católica y Santa María. En las ciencias sociales, para las que yo era muy aficionado, teníamos también excelentes profesores, aunque con algunos de ellos yo terminaba peleado porque tenía la manía de corregirlos basado en los libros que me leía en la biblioteca de nuestra casa. En cambio, mi hermano Francisco Javier, que tiene una mente científico-matemática muy aguda si le sacó provecho a esos magníficos profesores.
Los valores recibidos en el Colegio eran completamente armónicos con los que recibíamos en el hogar y nuestros padres eran muy respetados por los Curas, siendo ese sentimiento recíproco. En algunas ocasiones, los curas les recomendaban a los padres de otros compañeros, con algún problema de conducta, que motivaran a sus hijos a ser amigos nuestros y de hecho hasta el día de hoy tengo compañeros que recuerdan que llegaban a nuestra casa en calle Blanco en Valparaíso motivados por sus madres o los mismos curas. La fama de mi padre como profesor exigente y severo llegaba hasta el Colegio, y los Curas se esmeraban mucho por dejarle la mejor impresión cuando conversaban con él. Gracias a ello, algunas de mis “barrabasadas” mi padre no las supo, porque los curas tenían una imagen exagerada de su severidad y preferían no comunicárselas.
A pesar de esta buena relación, mi padre mantuvo alguna desconfianza hacia la excesiva familiarización con los curas. Nunca me dejo participar en excursiones o paseos de estudio, ni en los “lobatos”, que eran la versión católica de los “boyscouts”. De hecho, la primera vez que lo autorizó yo ya tenía 14 años y fue para una Misión en Chiloé. Me parece que esto se originaba en posiblemente alguna mala experiencia que le contó el tío cura, sobre algunos sacerdotes descarriados del sur de Chile. Coincidentemente, uno de los libros de su biblioteca, “El crimen del Padre Amaro”, que relata una escabrosa historia de un sacerdote portugués de inicios del SXX se refería a esa parte oscura del sacerdocio.
Para mí esto era un gran problema ya que yo desde bastante pequeño empecé a tener una fuerte inclinación por el sacerdocio y para mí era muy natural estar permanentemente participando con ellos, como monaguillo o en sus reuniones. Quienes más influyeron para que mi padre desechara sus prejuicios fueron los padres Roberto Codina y Juan Enrique Walker, sobre todo este último, que era pariente de mi madre por el lado de sus primos Walker Geisse y Walker Grebe, y que nos visitaba en la casa de Valparaíso.
La amistad con el padre Juan Enrique, un verdadero santo, se estrechó mucho a raíz de un accidente en el que me vi envuelto, sin querer. Yo tenía unos 11 años, y una mañana jugando en la cama-camarote perdí el equilibrio y quedé colgando, virtualmente ahorcado, de una corbata. Mi hermana Carmen al verme colgado, con la lengua afuera morada y los ojos salidos, fue a acusarme pues creyó que estaba haciendo teatro para asustarla. Cuando mis padres me descolgaron, yo ya no respiraba. Providencialmente, vivía un médico en el mismo edificio, quien subió de inmediato a nuestro Departamento y pudo revivirme a tiempo. Al poco rato, llegó el Padre Juan Enrique, quien por si acaso me puso la extremaunción. El episodio dejó muy preocupados a mis padres y a los Curas que durante varios años quedaron con la idea que yo tenía tendencia al suicidio, ya que no creían mi versión del accidente. Esta preocupación común los acercó mucho y yo me vi sometido a un marco protector y de atención fuerte, tanto en el Colegio como en la casa, que duró bastante tiempo. Esto también se trasladó a mi abuela y mis tíos y tías que me cuidaban y atendían más de la cuenta, provocando los celos de sus hijos, mis primos, que no veían ni entendían bien tanto regaloneo con el primo “calo beto”.
Otro aspecto relacionado con la educación de los hijos, tenía que ver con su verdadera obsesión en que tuviéramos estudios universitarios y ojala en las profesiones más tradicionales como Derecho, Medicina o Ingeniería. Muchos de sus mejores amigos eran abogados muy prestigiosos y en conversaciones conmigo me los ponía frecuentemente como ejemplos. Le tenía un gran cariño y admiración a mis primos mayores Orlando Álvarez Hernández y Carmen Valdivia Lizama, jóvenes abogados muy destacados en la Universidad y en sus trabajos. En las pocas ocasiones en que yo me atreví a insinuarle que me gustaría ser profesor como él o sacerdote se ponía muy nervioso y me daba toda clase de argumentos para convencerme que eso no me convenía. Ser profesor me decía era condenarse a ser pobre, lo que a mí en realidad no asustaba sino que hasta me atraía por mi vocación social y religiosa. Cualquier alternativa que nos alejara de ese objetivo no la veía bien y respecto del sacerdocio consideraba que una vida de celibato de por vida y sin familia seria insoportable. Para el la formación de una familia era la máxima realización del hombre.
Un episodio muy ilustrativo de esa forma de pensar se dio a raíz de que el año 1959, que era mi último año de secundaria, yo era también alumno del Instituto Cultural Chileno-Norteamericano y ya había llegado al Nivel Intermedio-Avanzado. Ese año se abrió un concurso para becas de intercambio para hacer un año de estudios en Estados Unidos, viviendo con una familia norteamericana y cursando el último año de High School en ese país. Me inscribí en el Concurso y, para mi alegría, fui uno de los dos elegidos por Valparaíso. Debido a la diferencia de periodo escolar entre Chile y Norteamérica, yo tenía que viajar el año siguiente a un curso nivelatorio y luego hacer el año de High School, para regresar a Chile a mediados de 1961. La beca era completa, cubría todos los gastos de viaje y estadía. Llegue a la casa eufórico a contarles a mis padres. Para mi sorpresa su reacción fue un chaparrón de agua fría, los dos lo resintieron mucho porque no soportaron la idea de que yo me fuera de la casa por tanto tiempo y aun país extranjero que visualizaban como lejanísimo y extraño. Yo me di cuenta que había cometido un grave error porque nunca les había dicho que estaba postulando a una beca con esas características. Uno de los argumentos más fuertes de mi padre era que le parecía una locura postergar los estudios universitarios solo por estudiar inglés. A los pocos minutos mi entusiasmo por irme a Estados Unidos había desaparecido y al día siguiente, muy disciplinadamente, comunique en el Instituto que no podía aceptar la beca cediéndosela al que venía de tercero en el concurso. El reverencial respeto y cariño que yo tenía por mis padres me hizo aceptar con dolor pero sin ningún rencor esa decisión que fue providencial ya que si les hubiera insistido y convencido, habría estado ausente en su último año de vida. Pasados los años he comprendido que para ambos lo más doloroso era pensar en que yo me pudiera alejar de la familia por tanto tiempo y tan lejos.
Sin embargo la educación que recibimos no fue toda originada en los Colegios, ya que el hogar era una fuente de educación permanente. En algunos aspectos pudo parecerle excesiva a algunas personas, que se asombraban de los “buenos modales”, o lo “bien hablados” que éramos los dos mayores, mi hermana Carmen y yo. En un país como Chile, en el que en todos los niveles sociales son frecuentes en el lenguaje cuotidiano el uso de “malas palabras”, “garabatos” o chilenismos curiosos como el famoso “cachai”, o el conjugar los verbos de una forma incorrecta como los “que querís”, en lugar de “que quieres”, llamaba la atención el que nosotros nunca los usáramos. Posiblemente por ello, el sobrenombre que yo tuve en el Colegio fue el de “el marqués” y el de mi hermana “la Fina”. Francisco Javier, nuestro hermano menor se crio en un ambiente más abierto a otras influencias y se salvó de este tipo de sobrenombres, que de todos modos nunca nos incomodaron.
Lo más fuerte que le escuché decir a mi padre fue “imbécil”, o “no seas tonto”, pero solo en circunstancias absolutamente merecidas. La forma de acentuar la palabra “imbécil” era muy expresiva y propia de él y yo inconscientemente la heredé y transmití a mis hijos. Nos dimos cuenta de ello muchísimos años después cuando mi hija Pilar nos contó que a sus compañeros de la Universidad del Pacífico en Santiago les hacía mucha gracia la forma como ella pronunciaba esa palabra.
Considero que los tres hermanos Lizama Hernández nos beneficiamos notablemente de esa educación y los frutos los hemos cosechado a lo largo de toda la vida. Fue muy triste que nuestro padre falleciera tan joven, cuando yo apenas estaba en primer año de Universidad y mis hermanos en el Colegio de Secundaria, ya que no pudo disfrutar de vernos crecer como jóvenes y adultos. Pienso que habría sido un abuelo muy feliz si hubiera podido acompañarnos en la vida al menos unos 20 años más. Aunque me imagino el terrible sufrimiento que le habría causado la separación familiar que tuvimos cuando mi hermana y su familia emigraron a España en 1973 y yo con la mia a Costa Rica en 1974.
Siendo yo el hermano mayor fui el que tuve más oportunidades de conocerlo, aunque su fuerte personalidad me provocaba sentimientos cruzados, de amor filial mezclado con respeto reverencial, lo que hacía difícil mi comunicación con él. Esa dificultad para comunicarnos y abordar temas más profundos de padre-hijo adultos, estaba disipándose en su último año de vida, pero obviamente que no fue suficiente. Por eso me alegra que nuestros hijos y sobrinos, sus nietos que nunca conoció, hayan llegado a su vida adulta teniendo todavía la compañía de sus padres y disfrutando de poder compartir no solo desde la perspectiva de niños y adolescentes, sino que también conociéndolos y apreciándolos como adultos, de igual a igual, con sus virtudes y sus defectos, compartiendo inquietudes por el futuro y las experiencias del pasado, recordando los momentos tristes y los alegres, como seres humanos integrales y como parte de una familia completa.
18. Nuestro hermano Enrique
Algunos años antes de conocer a nuestra madre, mi papá tuvo una relación sentimental, que no alcanzo a ser lo suficientemente duradera y sólida para culminar en una unión permanente, pero que tuvo un desenlace muy feliz con el nacimiento de un hijo, nuestro hermano mayor Enrique Lizama Valdivia.
Supe de Enrique cuando vivíamos en Valparaíso, visitándonos muy orgulloso de haber terminado exitosamente la educación secundaria y el bachillerato. Además de mostrarle sus diplomas a su papá, iba a pedirle apoyo para empezar a trabajar de inmediato, ya que su máximo interés era poder ayudar económicamente a su madre. Compartimos unos días viviendo juntos, los suficientes para conocernos más ampliamente y para que nuestro papá le obtuviera un puesto en el Banco de A. Edwards, en el que uno de sus mejores amigos, don Edmundo Eluchans Malherve, que era un alto directivo, le hizo posible obtenerlo. Enrique tuvo una larga y meritoria carrera en ese Banco que culminó hasta que llegó el momento de su jubilación.
En 1959, como si tuviera un presagio de su pronto fallecimiento, nuestro padre hizo su testamento incluyéndonos a los cuatro hijos Lizama Hernández y Lizama Valdivia.
La siguiente vez que estuvimos con Enrique fue en el funeral y en los meses y años posteriores durante el trámite de liquidación parcial de la herencia.
Posteriormente, el traslado de mi hermana Carmen a España, con mi mamá y con su familia Velarde Lizama , y el fuerte involucramiento mío en la política, que terminó conmigo exiliado por casi 25 años en Costa Rica, abrió un largo periodo de separación.
Dichosamente, la aparición de unos bienes de nuestro padre en 1995, que no habían sido incluidos en la sucesión, nos dieron la oportunidad de encontrarnos nuevamente a todos los hermanos, lo que fue motivo de gran alegría, ya que conocimos a su esposa e hijos, uno de los cuales, que es mi sobrino-tocayo, Carlos Lizama Yáñez, es un eminente científico matemático y profesor con una brillante trayectoria en la Universidad de Stuttgart en Alemania, en la Universidad de Chile y en la de Santiago.
Entre 1997 y el año 2002 tuvimos nuevamente la oportunidad de vernos más frecuentemente, con Enrique y sus hijos, debido a que fui temporalmente trasladado desde Costa Rica a Chile en mi trabajo. Mi esposa Marie Jeanne hizo química muy fuerte recíprocamente y gozaba con sus visitas a nuestra casa. En el 2002 debí regresar a Costa Rica lo que ha vuelto a abrir un largo paréntesis en nuestros encuentros.
Enrique, en mucho mayor medida que los hermanos Lizama Hernández no pudo disfrutar a su padre, ya que no vivieron juntos. Sus encuentros fueron esporádicos, aunque siempre ricos en relación afectiva. Las veces en las que nos habló de su primer hijo sus palabras reflejaban una gran preocupación y cariño que quería transmitírnoslo. Lamentablemente su muy prematuro fallecimiento y las posteriores circunstancias históricas de nuestra familia no han hecho posible una relación más frecuente.
19. Los últimos días
Ni nuestra madre ni los hijos estábamos preparados para su fallecimiento. Hasta pocos meses o días antes lo veíamos con buena salud y haciendo una vida completamente normal. Solo sabíamos que tenía problemas de la presión para lo que tomaba unas pastillas que se la regulaban. Físicamente se mantenía con excelente apariencia. Para sus trajes, o ternos como dicen en Chile, usaba la misma talla por muchos años. Tenía un sastre en Viña del Mar, que se los confeccionaba y que guardaba sus medidas desde sus inicios como cliente, las que eran siempre exactamente las mismas. El sastre comentaba que era un caso excepcional ya que la mayoría de sus otros clientes, cambiaban con los años las tallas.
Por eso la noticia que se iba a operar de la próstata, aunque nos sorprendió, no fue motivo de mayor preocupación. Tenía varios amigos médicos, como los doctores Sigall y Kaplan que se la habían recomendado. El Dr. Kaplan, en esos momentos el mejor cirujano de Chile, le ofreció operarlo, en el hospital Naval donde le correspondía como jubilado de Carabineros. Lamentablemente cuando ya estaba programada su operación el Dr. Kaplan estaba fuera del país.
En esos años las operaciones de próstata tenían cierto riesgo, no existía la cirugía laparoscópica ni con láser y eran en una zona donde había mayor densidad sanguínea. Sin embargo en una persona sana no parecían causa de complicaciones.
Una semana antes de la operación, cuando le lleve el periódico a la cama, como era la costumbre en la que competíamos yo y mi hermana, al momento de recibirlo me abrazo y sin decirme nada se puso a llorar. Fue un momento muy breve pero muy fuerte para mí, ya que nunca lo había visto llorar. No tuve conciencia de la importancia de ese momento sino que hasta después de su fallecimiento. Tal vez los exámenes médicos le habrían indicado que padecía de alguna otra dolencia que podría hacer más peligrosa la operación, pero de la que no quiso alertarnos para no causarnos preocupaciones. De hecho, poco tiempo antes había dejado un testamento y le había entregado por escrito a nuestra madre una carta manuscrita con detalle de todos los asuntos que debía asumir si el fallecía.
El día de la operación, estábamos los hermanos solos en el Departamento de Viña del Mar. Al anochecer llego el tío Sergio Valdivia muy apurado indicándome que debía irme con el de inmediato al Hospital Naval. Lo acompañaba alguien que no recuerdo que se iba a quedar con mis hermanos menores. El viaje de Viña del Mar a Playa Ancha fue muy silencioso, el tío me hablo poco pero lo suficiente para que yo entendiera que se trataba de algo grave. Al llegar al hospital la habitación en la que se encontraba mi papa estaba cerrada y solo lo acompañaban los enfermeros y mi madre. En el pasillo, además del tío había algunas amistades. Yo tenía un gran temor y no me atreví a preguntar ni conversar con nadie, por lo que me aleje un poco de la puerta de la habitación y me recosté contra la pared. A la par había una puerta abierta, correspondiente a la sala de enfermeros. De repente, un enfermero que entro a la sala le dijo a sus compañeros, “El señor de la habitación xxx acaba de fallecer”. El número de la habitación coincidía, quede paralizado, pegado a la pared sin atreverme a moverme. Pocos segundos después se escuchó un grito, muy fuerte y muy ronco, casi como un rugido, aunque nunca había escuchado un grito como ese, supe de inmediato que era de mi madre. El tío me saco de mi parálisis y me llevó a la habitación donde los enfermeros terminaban su labor y mi madre estaba ya rezando, nos abrazamos muy fuertemente por un largo rato. Las horas y esa noche pasaron como en una especie de sopor, en el que no atinábamos a reaccionar. Ni ella ni yo estábamos preparados. El tío se hizo cargo de todo. A las pocas horas llego desde Santiago la tía Cristina que se le unió compartiendo las decisiones.

En conjunto y consultándole a nuestra madre, decidieron que el Velatorio se hiciera en nuestra casa. Durante todo el día siguiente familiares y amigos llegaron a darnos su pésame y apoyo. Al tercer día, se efectuó la misa en la Parroquia de Viña del Mar, que se repleto de una enorme cantidad de amigos, sobre todo del Club de Leones, familiares, una delegación de Carabineros y una delegación muy numerosa de profesores y alumnos de la Escuela Industrial.
Como no teníamos un mausoleo o tumba propia, su cuerpo fue colocado temporalmente en el de una familia amiga, creo que la de los Niño de Zepeda o el los Bolocco. Algunos años después mi madre compro un lote en el cementerio de Santa Inés, donde construimos un pequeño mausoleo familiar muy similar al que nuestro padre había construido para los abuelos Serapio y Juanita en Pitrufquén.
Fue así como se extinguió la vida de un padre y esposo ejemplar, amoroso y protector hasta el extremo de su esposa y de sus hijos, un educador que enseñaba y predicaba con su propio ejemplo, hermano y tío generoso con sus familiares, amigo sin condiciones de sus amigos. Por muchos años, los hijos nos beneficiamos de su herencia espiritual, ya que personas que no nos imaginamos, nos abrieron sus puertas y confianza, con solo saber que éramos hijos del “profesor Lizama” o de “don Carlos”.
Al concluir estas líneas recordé los versos finales del poeta español de la edad media, Jorge Manrique, en su “Elegía a la muerte de mi padre”. Esta sencilla biografía de recuerdos un poco inconexos, no pretende compararse con esa Elegía magistral pero coincide con ella en el deseo de rendir homenaje a un padre inolvidable.

“…que aunque la vida perdió, nos dejó harto consuelo su memoria.”
Jorge Manrique, “Elegía a la muerte de mi padre” – España, Castilla-1440-1479.
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